PABLO MARTÍNEZ (Parte 1)
—Adelante. —dije,
escuchando un golpe en la puerta.
Peter entró y se quedó
inmóvil en la puerta. —Vaya.
Sonreí y miré mi vestido.
Era una falda corta, era sin duda más atrevido de lo que había llevado en el
pasado. El material era delgado y negro. Pablo estaría en esa fiesta y yo tenía
toda la intención de que me notara.
—Te ves increíble. —dijo
mientras yo me ponía mis zapatillas.
Le di un gesto de
aprobación a su camisa blanca y pantalones vaqueros.
—Tú también te ves bien.
Sus mangas estaban
enrolladas por encima de los codos, dejando al descubierto los intrincados
tatuajes en sus antebrazos. Me di cuenta de que su brazalete favorito de cuero
negro estaba alrededor de su muñeca cuando metió las manos en los bolsillos.
Eugenia y Nicolás nos
esperaban en la sala.
—Pablo se va a mear a sí
mismo cuando te vea. —Eugenia rió mientras Nicolás se dirigía el camino al
coche.
Peter abrió la puerta y
me deslicé en el asiento trasero del Charger de Nicolás. A pesar de que ambos
habíamos ocupado ese asiento en innumerables ocasiones, de pronto fue incomodo
estar sentada a su lado.
Los autos se alineaban en
la calle, algunos incluso estaban estacionados sobre el césped. La Casa estaba
a reventar y la gente aún seguía llegando caminando por la calle desde los
dormitorios. Nicolás se estacionó sobre el césped en la parte posterior, Eugenia
y yo seguimos a los chicos al interior.
Peter me trajo un vaso de
plástico rojo lleno de cerveza y luego se inclinó para susurrar en mi oído. —No
tomes nada de nadie que no sea Nico o yo. No quiero que nadie agregue algo en
tu bebida.
Puse los ojos en blanco.
—Nadie va a poner nada en mi bebida, Peter.
—Sólo no aceptes nada que
no venga de mí, ¿De acuerdo? Ya no estás en Kansas, Pigeon.
—No había escuchado eso
antes. —dije sarcásticamente, tomando un trajo.
Una hora y media pasó y
Pablo aún seguía sin aparecer.
Eugenia y Nicolás
bailaban una canción lenta en la sala cuando Peter tiró de mi mano. — ¿Quieres
bailar?
—No gracias. —dije.
Su cara se ensombreció.
Toqué su hombro. —Estoy
cansada, Pit.
Puso su mano sobre la mía
y comenzó a hablar, pero cuando miré más allá de él, vi que Pablo estaba
caminando hacia nosotros.
Peter se dio cuenta de mi
expresión y volteó.
— ¡Hola, Lali! ¡Viniste!
—Sonrió Pablo.
—Sí, hemos estado aquí
desde una hora o algo así. —le dije, retirando mi mano del agarre de Peter.
— ¡Te ves increíble! —Gritó
sobre la música.
— ¡Gracias! —Le sonreí,
lanzándole una mirada a Peter. Sus labios estaban juntos y una línea se había
formado entre sus cejas.
Pablo asintió con la
cabeza hacia la sala y sonrió.
— ¿Quieres bailar?
Arrugué mi nariz y sacudí
la cabeza. —No, estoy un poco cansada.
Entonces, Pablo miró a Peter.
—Pensé que no vendrías.
—Cambié de opinión. —dijo
Peter, irritado por tener que dar explicaciones.
—Ya veo. —dijo Parker,
mirándome a mí—. ¿Quieres ir a tomar un poco de aire fresco?
Asentí con la cabeza y
luego seguí a Pablo por las escaleras. Él se detuvo, tomando mi mano mientras
subíamos al segundo piso. Cuando llegamos a la parte superior, él abrió un par
de puertas francesas hacia el balcón.
— ¿Tienes frío?
—Preguntó.
—Sólo un poco. —le dije,
sonriendo cuando vi que él se quitó la chaqueta y cubrió mis hombros—. Gracias.
— ¿Estás aquí con Peter?
—Viajamos juntos.
La cara de Pablo se
extendió en una amplia sonrisa y luego miró hacia el césped. Un grupo de chicas
estaban agrupadas, con los brazos alrededor de ellas para combatir contra el
frío. Papel crepe y latas de cerveza estaban sobre la hierba, junto a ellas
botellas de licor vacías. Entre el alboroto, los hermanos Sig Tau estaban de
pie alrededor de su obra maestra: una pirámide de barriles decorados con luces
blancas.
Pablo meneó la cabeza.
—Este lugar estará destruido por la mañana. El equipo de limpieza va a estar
ocupado.
— ¿Tienen un equipo de
limpieza?
—Sí. —sonrió—. Los
llamamos estudiantes de primer año.
—Pobre Nico.
—Él no está en el equipo.
Él obtiene un pase porque es primo de Peter y él no vive en la Casa.
— ¿Tú vives en la Casa?
Pablo asintió con la cabeza.
—Los últimos dos años. Necesito conseguir un apartamento, de todos modos.
Necesito un lugar más tranquilo para estudiar.
—Déjame adivinar… ¿estás
matriculándote en Negocios?
—Biología, con
especialidad en Anatomía. Me falta sólo un año más, tomar el MCAT y después espero asistir a Harvard Med.
— ¿Ya sabes si has sido
aceptado?
—Mi papá fue a Harvard.
Quiero decir, no estoy seguro, pero él es un ex alumno generoso si sabes a lo
que me refiero. Tengo calificaciones perfectas, obtuve dos mil doscientos en mi
SAT, treinta y seis en mi ACT. Estoy en una buena posición para un lugar.
— ¿Tu padre es médico?
Pablo lo confirmó con una
sonrisa afable.
—Es cirujano ortopedista.
—Impresionante.
— ¿Y tú? —Preguntó.
—Aún no he decido.
—La típica respuesta de
un estudiante de primer año.
Suspiré de manera
dramática. —Supongo que he arruinado las posibilidades de ser excepcional.
—Oh, no tienes que
preocuparte por eso. Captaste mi atención desde el primer día de clase. ¿Qué
estás haciendo en cálculo para tercer año como estudiante de primer año?
Sonreí y torcí el pelo
alrededor de mi dedo. —Las matemáticas son fácil para mí. Tomé las clases en la
escuela secundaria y dos cursos de verano en el Estado de Wichita.
—Eso sí es impresionante.
—dijo.
Nos quedamos de pie en el
balcón durante una hora, hablando de todo, desde los restaurantes locales hasta
cómo me hice tan buena amiga con Peter.
—Yo no lo mencionaría,
pero los dos parecen ser el tema de conversación.
—Genial. —murmuré.
—Es raro para Peter. Él
no crea amistades con las mujeres. Él tiende a ser el enemigo la mayoría del
tiempo.
—Oh, yo no lo sé. He
visto unas cuantas que tienen pérdida de memoria a corto plazo o son demasiado
indulgentes cuando se relaciona a él.
Pablo se echó a reír. —La
gente simplemente no entiende su relación. Tienes que admitir que es un poco
ambigua.
— ¿Estás preguntándome si
me acuesto con él?
Él sonrió. —No estarías
aquí con él si lo hicieras. Lo conozco desde que tenía catorce años y soy muy
consciente de la forma en que opera. Tengo curiosidad sobre su amistad, sin
embargo.
—Eso es lo que es. —me
encogí de hombros—. Salimos, comemos, vemos T.V., estudiamos y discutimos. Eso
es todo.
Pablo rió en voz alta,
sacudiendo la cabeza ante mi honestidad. —He oído que eres la única persona con
el derecho de poner a Peter en su lugar. Eso es un título honorífico.
—Como sea. Él no es tan
malo como todo el mundo le hace ser.
El cielo se puso morado y
después rosa cuando el sol se abrió paso por encima del horizonte. Pablo miró
su reloj, mirando por encima de la barandilla a la pequeña multitud en el
césped. —Parece que la fiesta ha terminado.
—Será mejor que encuentre
a Nico y Euge.
— ¿Te importaría si te
llevo a casa? —Preguntó.
Traté de controlar mi
emoción. —No, en absoluto. Se lo dejaré saber a Eugenia —Entré por la puerta y
después me encogí antes de darme la vuelta—. ¿Sabes dónde vive Peter?
Pablo levantó sus gruesas
cejas. —Sí, ¿por qué?
—Ahí es donde me estoy
quedando. —le dije, preparándome para su reacción.
— ¿Te estás quedando con
Peter?
—De hecho, perdí una
apuesta, así que estaré allí por un mes.
— ¿Un mes?
—Es una larga historia.
—me encogí de hombros tímidamente.
— ¿Pero ustedes sólo son
amigos?
—Sí.
—Entonces te llevaré a
casa de Peter. —sonrió.
Troté por las escaleras
para buscar a Eugenia y pasé junto a un Peter sombrío, que parecía estar molesto
con la chica borracha que hablaba con él. Él me siguió hasta la sala mientras
yo tiraba del vestido de Eugenia.
—Si quieren pueden
adelantarse. Pablo ofreció llevarme a casa.
— ¿Qué? —dijo Eugenia con
el entusiasmo en sus ojos.
— ¿Qué? —preguntó Peter,
enojado.
— ¿Hay algún problema?
—Le preguntó Eugenia.
Él miró a Eugenia y luego
me llevó hasta la esquina, su mandíbula revoloteando bajo su piel. —Ni siquiera
lo conoces.
Saqué mi brazo de su
agarre. —Esto no es de tu incumbencia, Peter.
—Al demonio si no lo es.
No dejaré que viajes a casa con un completo extraño. ¿Y si trata aprovecharse
de ti?
— ¡Bien! ¡Él es
lindo!
La expresión de Peter
cambió de la sorpresa a la ira, y me preparé para lo que podría decir después.
— ¿Pablo Martínez, Pidge? ¿En serio? Pablo Martínez, —repitió con
desdén—. ¿Qué clase de nombre es ese, de todos modos?
Me crucé de brazos. —Ya
está bien, Pit. Estás comportándote como un idiota.
Se inclinó, aparentemente
nervioso. —Lo mataré si te toca.
—Me gusta. —le
dije, haciendo énfasis en cada palabra.
Él pareció sorprendido
por mi confesión y luego su expresión se volvió severa. —Está bien. Si terminas
debajo de él en el asiento trasero de su coche, después no vengas llorando
conmigo.
Mi boca se abrió,
ofendida y furiosa al instante.
—No te preocupes, no
lo haré. —le dije, alejándome de él.
Peter me agarró del brazo
y suspiró, mirándome sobre su hombro. —No quise decir eso, Pidge. Si él te
lastima, si tan sólo te hace sentir incómoda, sólo házmelo saber.
La ira se desvaneció y
dejé caer mis hombros. —Sé que no lo quisiste. Pero tienes que ponerle un alto
a este gran exceso de sobre protección de hermano mayor que tienes.
Peter se echó a reír. —No
estoy jugando el papel del hermano mayor, Pigeon. Nada de eso.
Pablo apareció en la
esquina y se metió las manos en el interior de los bolsillos, ofreciéndome su
codo. — ¿Todo listo?
Peter apretó la mandíbula
y di un paso hacia el otro lado de Pablo para distraerlo de la expresión de Peter.
—Sí, vámonos. —Tomé el brazo de Pablo y caminé con él unos poco pasos antes de
volverme para decirle adiós a Peter, pero él estaba taladrando con la mirada la
parte posterior de la cabeza de Pablo. Sus ojos se deslizaron hacia mí y sus
rasgos se suavizaron.
—Ya basta. —dije a
través de mis dientes, siguiendo a Pablo entre la multitud hacia su coche.
—Es ese plateado. —Los
faros de su coche parpadearon dos veces cuando él presionó la llave inalámbrica.
Él abrió la puerta del
pasajero y reí.
— ¿Conduces un Porsche?
—Ella no sólo es un
Porsche. Ella es un Porsche 911 GT3. Hay una diferencia.
—Déjame adivinar, ¿Es el
amor de tu vida? —Le dije, citando la declaración de Peter acerca de su
motocicleta.
—No, es sólo un coche. El
amor de mi vida será una mujer con mi apellido.
Me permití una pequeña
sonrisa, tratando de no parecer excesivamente afectada por su declaración. Él
tomó mi mano para ayudarme a entrar en el coche y cuando él se sentó al
volante, apoyó la cabeza en contra de su asiento y me sonrió.
— ¿Qué harás esta noche?
— ¿Esta noche? —Le
pregunté.
—Ya es de mañana. Y
quiero invitarte a cenar antes de que alguien se me adelante.
Una sonrisa se extendió
en mi cara. —No tengo ningún plan.
— ¿Te recogeré a las
seis?
—Está bien. —dije,
mirándolo tomar mis dedos entre los suyos.
CONTINUARÁ...
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