PROMESA (Parte 2)
Las dos siguientes
semanas volaron. Aparte de las clases, pasé cada momento despierta con Peter, y
la mayoría del tiempo lo pasamos solos. Me llevó a cenar, por tragos y a bailar
al Red, a los bolos, y fue llamado a dos peleas. Cuando no estábamos riéndonos
de nuestras tonterías, estábamos jugando a la lucha libre, o acurrucados en el
sofá con Toto, mirando una película. Él hizo un punto por ignorar a cada chica
que bateó sus pestañas, y todo el mundo hablaba del nuevo Peter.
Mi última noche en el
apartamento, Eugenia y Nicolás estaban inexplicablemente ausentes, y Peter
elaboró una cena especial de Última Noche. Compró vino, puso servilletas, e
incluso trajo a casa cubiertos de plata nuevos para la ocasión. Ubicó nuestros
platos en la barra del desayuno y puso su silla al otro lado para sentarse
enfrente de mí. Por primera vez, tuve la clara sensación de que estábamos en
una cita.
—Esto es muy bueno, Pit.
Me lo has estado ocultando —dije mientras masticaba la pasta de pollo Cajún que
él había preparado.
Forzó una sonrisa, y pude
ver que estaba trabajando duro para mantener la conversación ligera. —Si te lo
hubiera dicho antes, lo hubieras esperado todas las noches. —Su sonrisa se
desvaneció, y sus ojos cayeron a la mesa.
Jugué con la comida en mi
plato. —Yo también voy a extrañarte, Pit.
—Vas a seguir viniendo,
¿verdad?
—Sabes que lo haré. Y tú
estarás en Morgan, ayudándome a estudiar, justo como hiciste antes.
—Pero no va a ser lo
mismo —suspiró—. Estarás saliendo con Pablo, vamos a estar ocupados… iremos en
direcciones diferentes.
—No va a cambiar tanto.
Logró una sola risa. —
¿Quién hubiera pensado en esa primera vez que nos vimos que estaríamos sentados
aquí? No podrías haberme dicho, hace tres meses, que yo estaría así de
miserable al decirle adiós a una chica.
Mi estómago se hundió.
—No quiero que seas miserable.
—Entonces no te vayas
—dijo. Su expresión era tan desesperada que la culpa formó un nudo en mi
garganta.
—No puedo mudarme aquí, Peter.
Es una locura.
—¿Quién lo dice? Acabo de
tener las dos mejores semanas de mi vida.
—Yo también.
—¿Entonces por qué siento
como si nunca fuera a volver a verte?
Yo no tenía una
respuesta. Su mandíbula se tensó, pero no él no estaba enojado. La urgencia de
ir hacia él creció insistente, así que me paré y caminé alrededor de la barra,
sentándome en su regazo. Él no me miró, así que abracé su cuello, presionando
mi mejilla contra la suya.
—Te vas a dar cuenta del
dolor en el trasero que soy, y entonces, olvidarás todo sobre extrañarme —dije
en su oído.
Resopló una bocanada de
aire mientras frotaba mi espalda. —¿Lo prometes?
Me incliné hacia atrás y
miré en sus ojos, tocando cada lado de su cara con mis manos. Acaricié su
mandíbula con mi pulgar; su expresión era desgarradora. Cerré mis ojos y me
incliné para besar la comisura de sus labios, pero él se giró para que atrapara
más de sus labios de lo que yo había intentado.
Incluso cuando el beso me
sorprendió, no me alejé de inmediato.
Peter mantuvo sus labios
en los míos, pero no lo llevó más lejos.
Finalmente me alejé,
jugando con una sonrisa. —Tengo un día pesado mañana. Voy a limpiar la cocina,
y después me voy a ir a la cama.
—Te ayudo —dijo él.
Lavamos los platos en
silencio, con Toto durmiendo a nuestros pies. Él secó el último plato y lo puso
en el estante, y después me llevó por el pasillo, sosteniendo mi mano un poco
demasiado apretada. La distancia desde la boca del pasillo hasta la puerta de
su habitación parecía durar el doble de tiempo. Los dos sabíamos que el adiós
estaba sólo a unas pocas horas de distancia.
Él ni siquiera intentó
pretender no mirar esta vez mientras me cambiaba a una de sus camisetas para
dormir. Se desvistió hasta sus bóxers, y se subió debajo de las mantas,
esperándome a que lo acompañara.
Una vez que lo hice, Peter
apagó la lámpara, y luego me acercó a él sin pedir permiso o disculparse. Tensó
sus brazos y suspiró, y yo acurruqué mi cara en su cuello. Cerré los ojos
fuertemente, tratando de saborear el momento. Sabía que iba a desear volver a
este momento cada día de mi vida, así que lo viví con todo lo que tenía.
Él miró por la ventana.
Los árboles arrojaron una sombra a través de su rostro. Peter apretó sus ojos
cerrados, y la sensación de hundimiento se instaló en mí. Era agonizante verlo
sufrir, sabiendo no sólo que yo era la causa de ese sufrimiento… yo era la
única que se lo podía quitar.
—¿Pit? ¿Estás bien?
—Pregunté.
Hubo una larga pausa
antes de que hablara finalmente. —Nunca he estado mejor en toda mi vida.
Presioné mi frente contra
su cuello, y él me apretó más fuerte. —Esto es tonto —dije—. Nos vamos a ver
todos los días.
—Sabes que eso no es
verdad.
El peso de la tristeza
que sentíamos los dos era aplastante, y una necesidad incontenible se apoderó
de mí para salvarnos a los dos. Levanté mi barbilla, pero dudé; lo que estaba a
punto de hacer lo cambiaría todo. Razoné que Peter no veía la intimidad como
algo más que una forma de pasar el tiempo, y cerré mis ojos otra vez y me
tragué mis miedos. Tenía que hacer algo, sabiendo que los dos permaneceríamos
despiertos, temiendo por cada minuto que pasara hasta la mañana.
Mi corazón latía
fuertemente cuando toqué su cuello con mis labios, y luego probé su carne en un
lento y tierno beso. Bajó la mirada con sorpresa, y entonces sus ojos se
suavizaron comprendiendo lo que yo quería.
Se inclinó hacia abajo,
presionando sus labios contra los míos con una delicada dulzura. El calor de
sus labios viajó todo su camino hasta mis pies, y lo atraje más cerca de mí.
Ahora que habíamos dado el primer paso, no tenía intención de detenerme ahí.
Separé mis labios,
dejando que la lengua de Peter encontrara su camino hacia la mía. —Te deseo.
De repente, el beso se
hizo más lento, y él intentó alejarse. Determinada a terminar lo que había
empezado, mi boca trabajó contra la suya más ansiosamente. En reacción, Peter
se alejó hasta que estaba de rodillas. Me levanté con él, manteniendo nuestras
bocas fusionadas.
Agarró cada uno de mis
hombros para mantenerme a raya. —Espera un segundo —susurró con una sonrisa
divertida, respirando fuertemente—. No tienes que hacer esto, Pidge. Esto no es
de lo que se trata esta noche.
Lo estaba escondiendo,
pero pude verlo en sus ojos, su auto-control no iba a durar mucho.
Me incliné de nuevo, y
esta vez sus brazos cedieron sólo lo suficiente para que rozara mis labios
contra los suyos. —No me hagas rogar —susurré contra su boca.
Con esas cuatro palabras,
sus reservas se desvanecieron. Me besó, duro y con ganas. Mis dedos bajaron a
lo largo de su espalda y se instalaron en el elástico de sus bóxers,
recorriendo nerviosamente las arrugas de la tela. Sus labios se impacientaron,
entonces, y caí contra el colchón cuando se estrelló contra mí. Su lengua se
abrió camino a la mía de nuevo, y cuando gané el valor de deslizar mi mano
entre su piel y sus bóxers, gimió.
Peter tiró de la camiseta
por encima de mi cabeza, y luego sus impacientes manos recorrieron mi costado,
agarrando mi ropa interior y deslizándola por mis piernas con una mano. Su boca
regresó a la mía una vez más mientras su mano se deslizaba hacia arriba por el
interior de mi muslo, y dejé salir un suspiro largo y entrecortado cuando sus
dedos vagaron donde ningún hombre me había tocado antes. Mis rodillas se
arquearon y temblaron con cada movimiento de su mano, y cuando clavé mis dedos
en su carne, se posicionó encima de mí.
—Pigeon —dijo, jadeando—,
no tiene que ser esta noche. Esperaré hasta que estés lista.
Miré por encima de mi
cabeza y alcancé el primer cajón de su buró, abriéndolo. Sintiendo el plástico
entre mis dedos, toqué la esquina con mi boca, abriendo el paquete con mis
dientes. Su mano libre dejó mi espalda, y se bajó los bóxers, sacándoselos
rápidamente como si no pudiera soportar que estuvieran entre nosotros.
El paquete crujió en la
yema de sus dedos, y después de unos momentos, lo sentí entre mis piernas.
Cerré los ojos.
—Mírame, Pigeon.
Lo miré, y sus ojos
estaban decididos y suaves al mismo tiempo. Movió la cabeza, inclinándose para
besarme tiernamente, y entonces su cuerpo se tensó, empujándose dentro de mí en
un pequeño y lento movimiento. Cuando se alejó, mordí mi labio con incomodidad;
cuando se meció en mí otra vez, apreté mis ojos cerrados por el dolor. Mis
piernas apretadas alrededor de sus caderas, y me besó de nuevo.
—Mírame —susurró.
Cuando abrí mis ojos, se
presionó dentro de mí otra vez, y grité por la maravillosa combustión que
provocó. Una vez que me relajé, el movimiento de su cuerpo contra el mío fue
más rítmico. El nerviosismo que había sentido al principio había desaparecido,
y Peter agarraba mi carne como si no pudiera tener suficiente. Lo atraje hacia
mí, y gimió cuando el placer que sintió fue demasiado.
—Te he deseado por tanto
tiempo, Lali. Eres todo lo que quiero —musitó contra mi boca.
Agarró mi pierna con una
mano y se levantó con su codo, sólo unos centímetros por encima de mí. Una fina
capa de sudor comenzó a crearse en nuestra piel, y arqueé la espalda mientras
sus labios trazaban mi mandíbula y después seguían una sola línea hacia mi
cuello.
—Peter —suspiré.
Cuando dije su nombre,
apoyó su mejilla contra la mía, y sus movimientos se volvieron más rígidos. Los
ruidos de su garganta se hicieron más fuertes, y finalmente se presionó dentro
de mí una última vez, gimiendo y temblando encima de mí.
Después de unos momentos,
se relajó, dejó que su respiración fuera más lenta.
—Ese fue un gran primer
beso —dije con una expresión cansada y satisfecha.
Él escaneó mi rostro y
sonrió. —Tu último primer beso.
Estaba demasiado
sorprendida como para responder.
Él colapsó a mi lado
sobre su estómago, extendiendo un brazo sobre mi cintura, y descansando su
frente contra mi mejilla. Pasé mis dedos por la piel desnuda de su espalda
hasta que escuché que su respiración se equilibraba.
Permanecí despierta
durante horas, escuchando las profundas respiraciones de Peter y al viento
moviéndose entre los árboles afuera. Eugenia y Nicolás entraron por la puerta
principal silenciosamente, y los escuché caminar de puntillas por el pasillo,
murmurando entre ellos.
Habíamos empacado mis
cosas más temprano ese día, y me encogí ante cuán incómoda iba a ser la mañana.
Había pensado que una vez que Peter se acostara conmigo habría satisfecho su
curiosidad, pero en cambio, él estaba hablando de un para siempre. Mis ojos se
cerraron de golpe ante el pensamiento de su expresión cuando entendiera que lo
había pasado entre nosotros no era una comienzo, era un cierre. Yo no podía ir
por ese camino, él me odiaría cuando se lo dijera.
Salí de debajo de su
brazo y me vestí, cargando mis zapatos por el pasillo hacia la habitación de Nicolás.
Eugenia se sentó en la cama, y Nicolás estaba sacándose su camisa enfrente del
armario.
—¿Está todo bien, Lali?
—Preguntó Nicolás.
—¿Euge? —dije,
indicándole que viniera al pasillo conmigo.
Ella asintió, mirándome
con ojos cautos. —¿Qué está pasando?
—Necesito que me lleves a
Morgan ahora. No puedo esperar hasta mañana.
Un lado de su boca se
levantó con una conocida sonrisa.
—Nunca pudiste manejar
las despedidas.
Nicolás y Eugenia me
ayudaron con mis bolsos, y miré por la ventana del auto de Eugenia en mi viaje
de vuelta a Morgan Hall. Cuando dejamos el último de mis bolsos en mi cuarto, Eugenia
me agarró.
—Va a ser tan diferente
el apartamento, ahora.
—Gracias por traerme a
casa. El sol saldrá en unas pocas horas. Mejor vete —dije, apretando su agarre
una vez antes de dejarla ir.
Eugenia no miró hacia
atrás cuando dejó mi cuarto, y yo mastiqué mi labio nerviosamente, sabiendo
cuán enojada estaría cuando se diera cuenta de lo había hecho.
Mi camiseta crujió cuando
me la saqué por la cabeza, la estática en el aire se había intensificado con la
llegada del invierno. Sintiéndome un poco perdida, me hice un ovillo debajo mi
grueso edredón, e inhalé por la nariz; el perfume de Peter aún persistía en mi
piel.
La cama se sintió fría y
desconocida, un agudo contraste con el calor del colchón de Peter. Había pasado
treinta días en un pequeño apartamento con el mujeriego más infame del Eastern,
y después de todas las discusiones y las suposiciones de última hora, era el
único lugar en el que quería estar.
****
Las llamadas empezaron a
las ocho de la mañana, y después cada cinco minutos durante una hora.
— ¡Lali! —Gruñó María—.
¡Contesta el estúpido teléfono!
Me estiré y lo apagué. No
fue hasta que escuché los golpes en la puerta que me di cuenta que no me iban a
dejar pasar el día escondida en mi cuarto como planeaba.
María tiró de la perilla.
— ¿Qué?
Eugenia pasó a su lado, y
se paró al lado de mi cama. —¿Qué demonios está pasando? —Gritó. Sus
ojos estaban rojos e hinchados, y todavía estaba en pijama.
Me senté. —¿Qué, Mare?
—¡Peter es un maldito
desastre! No quiere hablar con nosotros, está destrozando el apartamento,
arrojó el estéreo a través de la habitación… ¡Nico no puede hacerlo entrar en
razón!
Me froté los ojos con las
palmas de mis manos, y parpadeé. —No lo sé.
—¡Mentira! Vas a decirme
que demonios está pasando, ¡Y vas a decírmelo ahora!
María tomó su bolso para
la ducha y huyó. Cerró la puerta fuertemente detrás de ella, y yo fruncí el
ceño, con miedo de que le diga a la consejera de residencias, o peor, al Decano
de Estudiantes.
—Baja la voz, Eugenia,
Jesús —susurré.
Ella apretó los dientes.
—¿Qué hiciste?
Supuse que él estaría
enojado conmigo; no sabía que entraría en cólera. —Yo… no lo sé —tragué.
—Intentó golpear a Nico
cuando se enteró que te ayudamos para que te fueras. ¡Lali! ¡Por favor dime!
—Suplicó, sus ojos brillando—. ¡Me está asustando!
El miedo en sus ojos me
obligó a decir sólo la verdad parcial. —Simplemente no pude decir adiós. Sabes
qué difícil es para mí.
—Es algo más, Lali. ¡Él
está absolutamente loco! Lo escuché gritar tu nombre, y después recorrió todo
el apartamento buscándote. Irrumpió en el cuarto de Nico, demandando saber
dónde estabas. Entonces intentó llamarte. Una, y otra, y otra vez —suspiró—. Su
rostro estaba… Jesús, Lali. Nunca lo había visto así. Arrancó las sabanas de la
cama, y las arrojó, arrojó sus almohadas, destrozó el espejo con su puño, pateo
su puerta… ¡rompiendo las bisagras! ¡Fue la cosa más aterradora que he visto en
mi vida!
Cerré mis ojos, obligando
a las lágrimas agrupadas en mis ojos correr por mis mejillas.
Eugenia me empujó su celular.
—Tienes que llamarlo. Por lo menos tienes que decirle que estás bien.
—Está bien, lo voy a
llamar.
Me volvió a dar su
teléfono. —No, vas a llamarlo ahora.
Tomé su teléfono en mi
mano y toqué los botones, tratando de imaginar qué podría decirle. Ella lo
arrebató de mi mano, marcó, y me lo pasó. Sostuve el teléfono en mi oído, y
respiré hondo.
—¿Euge? —Respondió Peter,
su voz llena de preocupación.
—Soy yo.
La línea estuvo en
silencio por varios minutos antes de que finalmente hablara. —¿Qué mierda pasó
contigo anoche? Me desperté esta mañana, y no estabas y tú… ¿sólo te fuiste y
no dijiste adiós? ¿Por qué?
—Lo siento. Yo…
—¿Lo sientes? ¡Te
has vuelto loca! No contestas tu teléfono, te escapaste y, qué… ¿por qué?
¡Pensé que finalmente teníamos todo resuelto!
—Sólo necesitaba algo de
tiempo para pensar.
—¿Sobre qué? —
Hizo una pausa—. ¿Te lastimé?
—¡No! ¡No es nada por el
estilo! En verdad… en verdad lo siento. Estoy segura que Eugenia te lo
dijo. Yo no me despido.
—Tengo que verte —dijo,
su voz desesperada.
Suspiré. —Tengo mucho que
hacer hoy, Pit. Tengo que desempacar y tengo pilas de ropa que lavar.
—Te arrepientes —dijo él,
su voz rota.
—No es… no es eso. Somos
amigos. Eso no va a cambiar.
—¿Amigos?
¿Entonces qué mierda fue anoche? —dijo, la ira fluyendo a través de su voz.
Cerré mis ojos
fuertemente. —Sé lo que quieres. Yo simplemente no puedo… hacer eso ahora
mismo.
—¿Así que sólo necesitas
tiempo? —preguntó con una voz más calmada—. Podrías haberme dicho eso. No
tenías que escaparte de mí.
—Sólo parecía la forma
más fácil.
—¿La más fácil para quién?
—No podía dormir. Seguía
pensando en cómo sería en la mañana, cargando el auto de Euge y… no pude
hacerlo, Pit —dije.
—Ya es suficientemente
malo que no vas a estar más aquí. No puedes simplemente salir de mi vida.
Forcé una sonrisa. —Te
veré mañana. No quiero que las cosas estén raras, ¿de acuerdo? Sólo necesito
solucionar algunas cosas. Eso es todo.
—Está bien —dijo—. Puedo
hacer eso.
Terminé la llamada y Eugenia
me miró fijamente. —¿DORMISTE con él? ¡Perra! ¿Ibas a decírmelo siquiera?
Rodé mis ojos y caí
contra la almohada. —Esto no es sobre ti, Euge. Esto sólo se convirtió en un
complicado desastre.
—¿Qué tiene de
complicado? ¡Ustedes dos deberían estar delirantemente felices, no rompiendo
puertas y escondiéndose en sus cuartos!
—No puedo estar
con él —susurré, manteniendo mis ojos en el techo.
Su mano cubrió la mía, y
habló suavemente. —Peter necesita trabajar. Créeme, entiendo cada una de las
reservas que tienes sobre él, pero mira cuánto ha cambiado por ti hasta ahora.
Piensa en las últimas dos semanas, Lali. Él no es Carlos.
—¡Yo soy Carlos!
Me involucré con Peter y todo por lo que hemos trabajado… ¡poof! —Troné mis
dedos—. ¡Justo así!
—Peter no dejará que eso
pase.
—No depende de él, ¿no es
así?
—Vas a romper su corazón,
Lali. ¡Vas a romper su corazón! La única chica en la que confía lo
suficiente como para enamorarse, ¡Y vas a clavarlo a la pared!
Me giré lejos de ella,
incapaz de ver la expresión que iba con el tono de súplica en su voz. —Necesito
el final feliz. Por eso vinimos aquí.
—No tienes que hacer
esto. Podría funcionar.
—Hasta que mi suerte se
esfume.
Eugenia levantó sus
manos, dejándolas caer en su regazo. —Jesús, Lali, no empieces con esa mierda
otra vez. Ya hablamos sobre esto.
Mi teléfono sonó, y miré
la pantalla. —Es Pablo.
Ella negó con la cabeza.
—Todavía estamos hablando.
—¿Hola? —Respondí,
evitando la mirada de Eugenia.
—¡La! ¡Día uno de
libertad! ¿Cómo se siente? —dijo.
—Se siente… libre —dije,
incapaz de reunir un poco de entusiasmo.
—¿Cena mañana en la
noche? Te he extrañado.
—Sí —me limpié la nariz
con mi manga—. Mañana es genial.
Después de colgar el
teléfono, Eugenia frunció el ceño. —Él va a preguntarme cuando regrese —dijo
ella—. Va a querer saber de qué hablamos. ¿Qué se supone que le diré?
—Dile que voy a mantener
mi promesa. Para a esta hora mañana, él no me extrañará.
CONTINUARÁ...
ame ame ame el cap . .subi otroooooo
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