CASA LLENA
Di vueltas alrededor,
escrutando mi reflejo con una mirada escéptica. Era blanco y sin espalda,
peligrosamente corto, y el corsé estaba sujeto por una cadena corta de pedrería
que formaba como un collar alrededor de mi cuello.
— ¡Wow! ¡Peter se va a
mear encima cuando te vea con eso! —dijo Eugenia.
Puse mis ojos en blanco.
— ¡Qué romántico!
—Vas a llevar ése. No te
pruebes nada más, ése es el indicado —dijo, aplaudiendo con entusiasmo.
— ¿No crees que es
demasiado corto? Mariah Carey muestra menos piel.
Eugenia sacudió su
cabeza.
—Insisto.
Me di vuelta en el
banquillo mientras Eugenia se probaba un vestido tras otro, más indecisa a la
hora de elegir uno para sí misma. Al final se decidió por uno extremadamente
corto, ajustado, de color piel, que dejaba uno de sus hombros desnudo. Nos
dirigimos en su Honda al apartamento para encontrar el lugar del Charger vacío
y a Toto solo. Eugenia sacó su celular y marcó, sonriendo cuando Nicolás
respondió.
— ¿A dónde fuiste, Bebé?
—ella asintió y luego me miró—. ¿Por qué estaría molesta? ¿Qué tipo de
sorpresa? —dijo cautelosa. Me miró de nuevo y luego entró al cuarto de Nicolás,
cerrando la puerta.
Froté las puntiagudas y
negras orejas de Toto mientras Eugenia murmuraba en la habitación. Cuando
salió, trató de esconder la sonrisa en su cara.
— ¿Qué están tramando
ahora? —Pregunté.
—Están en camino a casa.
Dejaré que Peter te diga —dijo, sonriendo de oreja a oreja.
—Oh Dios… ¿qué?
—Pregunté.
—Acabo de decir que no
puedo contarte. Es una sorpresa.
Yo jugueteé con mi pelo y
me miraba las uñas, incapaz de estarme quieta mientras esperaba a Peter para
que diera a conocer su última sorpresa.
Una fiesta de cumpleaños,
un cachorro—no podía imaginar que podría ser lo siguiente.
El fuerte ruido del motor
del Charger de Nicolás anunció su llegada. Los chicos rieron mientras subían
las escaleras.
—Están de buen humor
—dije—, esa es una buena señal.
Nicolás entró primero.
—Simplemente no quería
que pensaras que había una razón por la cual él se hizo uno y yo no.
Eugenia se puso de pie
para saludar a su novio, y echó sus brazos alrededor suyo.
—Eres tan tonto Nico.
Como si fuera a enojarme por eso. Si quisiera un novio loco, saldría con Peter
—dijo Eugenia sonriendo, mientras inclinaba su cabeza para darle un beso.
—No tiene nada que ver
con la manera en la que me siento por ti —agregó Nicolás.
Peter atravesó la puerta
con un vendaje cuadrado de gasa en su muñeca. Me sonrió y luego se derrumbó en
el sofá, descansando su cabeza en mi regazo.
No podía apartar la
mirada del vendaje.
—De acuerdo… ¿qué
hiciste?
Peter sonrió y tiró de mí
hacia abajo para besarlo. Podía sentir el nerviosismo irradiando de él. Por
fuera estaba sonriendo, pero tuve la clara sensación de que él no estaba seguro
de cómo iba a reaccionar ante lo que había hecho.
—Hice un par de cosas
hoy.
— ¿Cómo qué? —Pregunté
suspicaz.
Peter rió.
—Tranquilízate, Pidge. No
es nada malo.
— ¿Qué le pasó a tu
muñeca? —Dije tirando de su mano por los dedos.
Un estruendoso motor
diesel se detuvo fuera y Peter saltó del sofá para abrir la puerta.
— ¡Ya era hora! ¡He
estado en casa por lo menos desde hace cinco minutos! —dijo con una sonrisa.
Un hombre entró del
revés, cargando un sofá gris cubierto con plástico, seguido por otro hombre que
traía la parte trasera del mismo. Nicolás y Peter movieron el sofá, conmigo y
Toto todavía encima, hacia adelante, y entonces los hombres pusieron el nuevo
sofá en el lugar del otro. Peter sacó el plástico y luego me levantó en sus
brazos, colocándome en los blandos almohadones.
— ¿Tienen uno nuevo?
—Pregunté, sonriendo de oreja a oreja.
—Sí, y un par de otras
cosas también. Gracias chicos —dijo mientras los hombres de la mudanza
levantaban el viejo sofá y se iban de la misma manera en que vinieron.
—Ahí van un montón de
recuerdos —sonreí.
—Ninguno que yo quisiera
conservar, —él se sentó a mi lado y suspiró, mirándome por un momento antes de
quitar la cinta que sostenía la gasa en su brazo—. No te alteres.
Mi mente empezó a correr,
pensando en qué podría haber debajo de la venda. Imaginé una quemadura, o
puntos o algo igual de espantoso.
Él tiró del vendaje y me
quedé sin aliento al sólo ver las simples letras en negro tatuadas a través de
la parte inferior de su muñeca, la piel a su alrededor estaba roja y brillante
por el antibiótico que él había untado encima. Sacudí mi cabeza con
incredulidad al leer la palabra.
Pigeon
— ¿Te gusta? —Preguntó.
— ¿Tienes mi nombre
tatuado en tu muñeca? —Dije las palabras, pero no sonaba como mi voz. Mi mente
se extendía en todas las direcciones, pero incluso así, me las arreglé para
hablar con un tono calmado.
—Sí —dijo, besando mi
mejilla mientras yo miraba con incredulidad la tinta permanente en su piel.
—Traté de hacerle entrar
en razón Lali. Él no ha hecho nada loco por un tiempo. Creo que estaba teniendo
síntomas de la abstinencia —dijo Nicolás sacudiendo su cabeza.
— ¿Qué te parece?
—Preguntó Peter.
—Deberías haberle
consultado antes, Pit —dijo Eugenia, sacudiendo la cabeza y cubriendo su boca
con sus dedos.
— ¿Preguntarle qué? ¿Si
podía hacerme un tatuaje? —Frunció el ceño, volviéndose hacia mí—. Te amo.
Quiero que todos sepan que soy tuyo.
Me moví nerviosamente.
—Eso es permanente Peter.
—Al igual que nosotros
—dijo, tocando mi mejilla.
—Muéstrale el resto,
—dijo Nicolás.
— ¿El resto? —Dije
bajando la mirada hacia su otra muñeca.
Peter se levantó, tirando
hacia arriba de su camisa. Sus impresionantes abdominales se estiraban y se
contraían con el movimiento. Peter se volteó, y en su costado había otro
tatuaje fresco extendido a lo largo de sus costillas.
— ¿Qué es eso? —Pregunté,
mirando de soslayo los símbolos verticales.
—Es hebreo —Peter s
sonrió.
— ¿Qué significa?
—Dice, ―Pertenezco a
mi amada, y mi amada me pertenece‖.
Mis ojos se encontraron
con los suyos.
— ¿No estabas contento
con un tatuaje, así que te hiciste dos?
—Es algo que siempre dije
que me iba a hacer cuando conociera a La Indicada. Te conocí… así que fui y me
hice los tatuajes, —su sonrisa se desvaneció cuando vio mi expresión—. ¿Estás
enojada, no? —dijo tirando hacia abajo su camisa.
—No estoy enojada. Yo
sólo… esto es un poco abrumador.
Nicolás atrajo a Eugenia
a su costado con un brazo.
—Acostúmbrate, Lali. Peter
es impulsivo y va siempre con todo. No creo que esto se acabe hasta que consiga
ponerte un anillo en el dedo.
Las cejas de Eugenia se
dispararon primero hacia mí y luego hacia Nicolás.
— ¿Qué? ¡Pero si
acaban de empezar a salir!
—Creo… creo que necesito
un trago —dije, caminando hacia la cocina.
Peter se echó a reír,
mirándome a través de los gabinetes.
—Él estaba bromeando,
Pidge.
— ¿Lo estaba? —Preguntó Nicolás.
—Él no estaba hablando
sobre un tiempo de corto plazo —dijo Peter. Se volteó hacia Nicolás y se
quejó—. Muchas gracias, imbécil.
—Tal vez ahora dejes de
hablar de eso —Nicolás sonrió.
Me serví un trago de whisky
en un vaso y tiré mi cabeza hacia atrás, tomándolo todo de un trago. Mi rostro
se comprimió mientras el líquido quemaba bajando por mi garganta.
Peter me rodeó
gentilmente con sus brazos la cintura desde atrás.
—No te estoy proponiendo,
Pidge. Son sólo tatuajes.
—Lo sé —dije asintiendo
mientras me servía otro trago.
Peter me quitó la botella
y le puso la tapa, metiéndola de nuevo en el gabinete. Cuando no me di la
vuelta, él giró mis caderas para ponerme frente a él.
—De acuerdo. Tuve que
habértelo mencionado antes, pero decidí comprar el sofá y luego una cosa llevó
a la otra. Me emocioné.
—Esto es muy rápido para
mí, Peter. Mencionaste lo de vivir juntos, te marcaste con mi nombre, me
estás diciendo que me amas… todo esto es muy… rápido.
Peter frunció el ceño.
—Te estás alterando. Te
dije que no te alteraras.
— ¡Es difícil no hacerlo!
¡Te enteraste sobre mi papá y todo lo que sentías antes se había ampliado!
— ¿Quién es tu papá?
—Preguntó Nicolás, claramente molesto por no saber nada. Cuando no le hice
caso, suspiró—. ¿Quién es su papá? —Le preguntó a Eugenia.
Eugenia sacudió su cabeza
con desdén.
La expresión de Peter
cambió con disgusto.
—Mis sentimientos por ti
no tienen nada que ver con tu papá.
—Vamos a ir a esta fiesta
de parejas mañana. Se supone que es una gran cosa donde vamos a anunciar
nuestra relación o algo, ¡Y ahora tú tienes mi nombre en tu brazo y este
proverbio hablando de cómo nos pertenecemos! ¿Es loco, de acuerdo? ¡Estoy
alterada!
Peter agarró mi rostro y
plantó su boca en la mía, y luego me levantó del suelo, colocándome en el
mostrador.
Su lengua pidió entrar en
mi boca, y cuando le dejé, gimió.
Sus dedos excavaron en
mis caderas, trayéndome más cerca.
—Eres tan jodidamente
caliente cuando te enojas —dijo contra mis labios.
—Está bien —respiré—,
estoy calmada.
Él sonrió, contento de
que su plan de distracción haya funcionado.
—Todo sigue siendo lo
mismo, Pidge. Seguimos siendo sólo tú y yo.
—Ustedes dos están locos
—dijo Nicolás, sacudiendo su cabeza. Eugenia golpeó juguetonamente su hombro.
—Lali también compró algo
para Peter hoy.
— ¡Eugenia! —le regañé.
— ¿Encontraste un
vestido? —me preguntó sonriendo.
—Sí —envolví mis piernas
y brazos alrededor suyo—. Mañana va a ser tu turno de enloquecer.
—Estoy esperando ansioso
por eso —dijo, sacándome del mostrador. Saludé a Eugenia con la mano mientras
Peter me llevaba por el pasillo.
****
El viernes después de
clases, Eugenia y yo pasamos la tarde en el centro, arreglándonos y
disfrutando. Nos hicimos la manicura y la pedicura, nos depilamos, bronceamos
nuestra piel y nos arreglamos el cabello. Cuando volvimos al apartamento, cada
espacio había sido cubierto por ramos de rosas. Rojas, rosadas, amarillas y
blancas—parecía una florería.
— ¡Oh Dios mío! —Chilló Eugenia
cuando entró por la puerta.
Nicolás miró a su
alrededor, luciendo orgulloso.
—Fuimos a comprar flores,
pero ninguno de los dos pensó que un solo ramo sería suficiente.
Abracé a Peter.
—Ustedes son… son increíbles,
chicos. Gracias.
El palmeó mi trasero.
—Treinta minutos para la
fiesta, Pidge.
Los chicos se vistieron
en la habitación de Peter mientras nosotras nos deslizábamos en nuestros
vestidos en el cuarto de Nicolás. Justo mientras me colocaba mis tacones
plateados, alguien golpeó la puerta.
—Hora de irnos, señoritas
—dijo Nicolás.
Eugenia salió y Nicolás
silbó.
— ¿Dónde está ella?
—Preguntó Peter.
—Lali está teniendo
algunos problemitas con sus zapatos. Saldrá en un segundo —Eugenia explicó.
— ¡El suspenso me está
matando, Pigeon! —Gritó Peter.
Salí jugueteando con mi
vestido mientras Peter se paraba enfrente de mí, inexpresivo.
Eugenia le pegó un codazo
y el pestañeó.
—Santo cielo.
— ¿Estás listo para
enloquecer? —Preguntó Eugenia.
—No estoy enloqueciendo,
ella luce increíble —dijo Peter.
Sonreí y luego,
lentamente, me di la vuelta para mostrarle la caída pronunciada de la tela en
la parte trasera del vestido.
—Bien, ahora estoy
enloqueciendo —dijo, acercándose a mí y haciéndome dar una vuelta.
— ¿No te gusta? —Le
pregunté.
—Necesitas una cazadora
—corrió al perchero y luego a toda prisa cubrió mis hombros con el abrigo.
—Ella no puede vestir eso
toda la noche, Pit —se rió Eugenia.
—Te ves hermosa, Lali
—dijo Nicolás como una disculpa por el comportamiento de Peter.
La expresión de Peter se
veía dolida mientras hablaba.
—Te ves hermosa. Te ves
increíble… pero no puedes vestir eso. Tu falda es… wow, tus piernas son… ¡tu
falda es demasiado corta y es sólo la mitad de un vestido! ¡Ni siquiera cubre
tu espalda!
No pude evitarlo, pero
sonreí.
—Esa es la forma en que
está hecho, Peter.
— ¿Ustedes dos viven para
torturarse el uno al otro? —Nicolás frunció el seño.
— ¿No tienes un vestido
más largo? —Preguntó Peter.
Miré hacia abajo.
—En realidad es bastante
modesto en el frente. Es solamente en la espalda donde muestra mucha piel.
—Pigeon —hizo una mueca
con sus siguientes palabras—, no quiero que te enojes, pero no puedo llevarte a
la casa de mi fraternidad luciendo así. Me voy a meter en una pelea en los
primeros cinco minutos que estemos ahí, cariño.
Me incliné hacia arriba
con las puntas de mis pies y besé sus labios.
—Tengo fe en ti.
—Esta noche va a apestar.
—se quejó.
—Esta noche va a ser
fantástica —dijo Eugenia, ofendida.
—Simplemente piensa en lo
fácil que va a ser sacármelo más tarde —dije, besando su cuello.
—Ese es el problema.
Todos lo demás chicos ahí estarán pensando la misma cosa.
—Pero tú serás el único
que va a averiguarlo, —murmuré. Él no respondió así que me eché hacia atrás
para evaluar su expresión.
— ¿De verdad quieres que
me cambie?
Peter escaneó mi rostro,
mi vestido, mis piernas y luego exhaló.
—No importa qué vistas,
eres preciosa. Debería acostumbrarme a eso ahora, ¿verdad? —me encogí de
hombros y él sacudió su cabeza—. Muy bien, ya es tarde. Vamos.
****
Me acurruqué junto a Peter
en busca de su calor mientras caminábamos del coche a la casa Sigma Tau. El
aire estaba lleno de humo, pero cálido. La música resonaba desde el sótano y Peter
asentía con la cabeza al compás de ella. Todo el mundo volteó simultáneamente.
No estaba segura si estaban mirando porque Peter estaba en una fiesta de
parejas, porque llevaba pantalones de vestir, o por mi vestido, pero todos nos
estaban mirando.
Eugenia se inclinó para
susurrarme en el oído: —Estoy tan contenta de que estés aquí, Lali. Me siento
como si hubiera despertado en una película de Molly Ringwald.
—Me alegro de poder
ayudar —me quejé.
Peter y Nicolás tomaron
nuestros abrigos y luego nos guiaron a través de la sala a la cocina. Nicolás
tomó cuatro cervezas de la nevera y le dio una a Eugenia, y después a mí. Nos
quedamos en la cocina, escuchando a los hermanos de fraternidad de Peter
discutir su última pelea. Las hermanas de la fraternidad acompañándolos
resultaron ser las mismas rubias tetonas que siguieron a Peter en la cafetería
la primera vez que hablamos.
Lexie era fácil de
reconocer. No podía olvidar el aspecto de su cara cuando Peter la empujó fuera
de su regazo por insultar a Eugenia. Ella me miraba con curiosidad, estudiando
cada una de mis palabras. Sabía que estaba curiosa del por qué Peter Lanzani
me encontró irresistible y me encontré a mí misma tratando de
demostrárselo. Mantuve mis manos sobre las de Peter, añadiendo bromas
inteligentes en los momentos precisos de la conversación, y bromeando con él
sobre sus nuevos tatuajes.
—Amigo, ¿tienes el nombre
de tu chica en tu muñeca? ¿Qué diablos te poseía para hacer eso? —dijo Brad.
Peter orgullosamente
volteó su mano para revelar mi nombre.
—Estoy loco por ella,
—dijo, mirando con ojos cálidos.
—Apenas la conoces. —se
burló Lexie.
Él no quitó sus ojos de
los míos. —Pasamos todo el tiempo juntos. La conozco. —Frunció el ceño—. Pensé
que el tatuaje te había molestado. ¿Ahora estás presumiéndolo?
Me incliné para besar su
mejilla y me encogí de hombros. —Cada vez me gusta más.
Nicolás y Eugenia se
dirigieron escaleras abajo y nosotros los seguimos, tomados de la mano. Los
muebles habían sido empujados a lo largo de las paredes para así formar una improvisada
pista de baile, y cuando bajábamos las escaleras, una canción lenta comenzó a
tocar.
Sonreí y presioné mi
mejilla contra su pecho. Él extendió su mano contra mi espalda, cálida y suave
ante mi piel desnuda.
—Todo el mundo te está
mirando en este vestido —dijo. Miré hacia arriba, esperando ver una expresión
tensa, pero él estaba sonriendo—. Creo que es genial… estar con la chica que
todo el mundo quiere.
Puse los ojos en blanco.
—Ellos no me quieren. Sólo están curiosos por saber por qué tú me
quieres. Y de todos modos, lo siento por cualquiera que piense que tiene una
oportunidad. Estoy desesperadamente y completamente enamorada de ti.
Una mirada de dolor
oscureció su rostro. — ¿Sabes por qué te quiero? No sabía que estaba perdido
hasta que tú me encontraste. No sabía lo que era estar solo hasta la primera
noche que pasé sin ti en mi cama. Tú eres lo único que he hecho bien. Tú eres
lo que he estado esperando, Pigeon.
Me estiré para tomar su
rostro entre mis manos y él envolvió sus brazos alrededor de mí, levantándome
del suelo. Apreté mis labios contra los suyos, y él me besó con toda la emoción
de lo que acaba de decir. Fue en ese momento que me di cuenta de por qué se
había hecho el tatuaje, por qué me había elegido a mí y por qué yo era
diferente. No era sólo yo, y no era sólo él, la excepción era que estábamos
juntos.
Un ritmo más rápido vibró
a través de los altavoces, y Peter me puso sobre mis pies. — ¿Todavía quieres
bailar?
Nicolás y Eugenia
aparecieron junto a nosotros y yo levanté una ceja. —Sólo si piensas que me
puedes seguir el ritmo.
Peter sonrió. —Pruébame.
Moví mis caderas contra
las de él y pasé la mano por su camisa, desabrochando los primeros dos botones,
Peter se echó a reír y sacudió la cabeza, y me di la vuelta, moviéndome contra
él al ritmo de la música. Me agarró de las caderas y estiré mi mano, agarrando
su trasero. Me incliné hacia adelante y él hundió los dedos en mi piel. Cuando
me levanté, colocó sus labios en mi oído.
—Sigue así y nos vamos a
ir temprano.
Me di la vuelta y sonreí,
echando mis brazos alrededor de su cuello. Él se pegó a mí y saqué su camisa de
sus pantalones, deslizando mis manos por su espalda, presionando mis dedos en
sus fuertes músculos y tuve que sonreír al oír el ruido que él hizo cuando
probé su cuello.
—Jesús, Pigeon, me estás
matando, —dijo, agarrando el dobladillo de la falda, tirándola hacia arriba lo
suficiente para acariciar mis muslos con sus dedos.
—Creo que sabemos lo que
es la atracción sexual. —se burló Lexie detrás de nosotros.
Eugenia se dio la vuelta,
dirigiéndose hacia Lexie en pie de guerra. Nicolás la sostuvo justo a tiempo.
— ¡Dilo otra vez! —dijo Eugenia—.
¡Te reto, perra!
Lexie se escondió detrás
de su novio, sorprendida por la amenaza de Eugenia.
—Será mejor que le pongas
un bozal a tu cita, Brad —Peter advirtió.
Dos canciones más tarde,
el cabello detrás de mi cuello estaba pesado y húmedo. Peter besó la piel justo
debajo de mi oreja.
—Vamos, Pidge. Necesito
un cigarrillo.
Él me llevó por las escaleras
y luego agarró el abrigo antes de guiarme al segundo piso. Salimos al balcón
para encontrar a Pablo y a su cita. Ella era más alta que yo, su corto y oscuro
cabello estaba recogido hacia atrás con un solo broche. Me di cuenta de sus
tacones de aguja puntiaguda de inmediato, con su pierna enganchada alrededor de
la cadera de Pablo. Ella estaba con su espalda contra la pared de ladrillo, y
cuando Pablo nos vio, él sacó su mano debajo de la falda de la chica.
—Lali. —dijo, sorprendido
y sin aliento.
—Hola, Pablo. —le dije,
reprimiendo una sonrisa.
—Cómo, eh… ¿cómo has
estado?
Le sonreí cortésmente.
—Genial, ¿Y tú?
—Uh —miró a su cita—, Lali
ésta es Amber. Amber… Lali.
— ¿Lali Lali?
—Preguntó.
Pablo dio una rápida
inclinación de cabeza, incómodo. Amber me estrechó la mano con una mirada de
disgusto en su rostro, y luego sus ojos viajaron a Peter como si acabase de
encontrarse con el enemigo.
—Amber. —advirtió Pablo.
Peter se echó a reír una
vez y luego abrió las puertas para dejarlos caminar. Pablo tomó la mano de
Amber y entraron a la casa.
—Eso fue… extraño, —dije,
sacudiendo la cabeza mientras crucé los brazos, apoyándome en la barandilla.
Hacía fría y sólo había un puñado de parejas a fuera.
Peter era todo sonrisas.
Ni siquiera Pablo podría estropear su estado de ánimo. —Al menos dejó de tratar
de ganarte de vuelta.
—No creo que él haya
estado tratando de tenerme de vuelta tanto como tratando de mantenerme lejos de
ti.
Peter arrugó la nariz.
—Llevó a casa a una sola chica una vez. Ahora se comporta como si
hubiera hecho un hábito recoger y salvar a cada estudiante de primer año que he
bolseado.
Le lancé una mirada
irónica desde la esquina de mi ojo. — ¿Alguna vez te he dicho lo mucho que detesto
esa palabra?
—Lo siento —dijo, tirando
de mí a su lado. Encendió su cigarrillo y aspiró profundamente. El humo que
sopló era más espeso que de costumbre, mezclándose con el aire de invierno.
Volteó su mano y lo miró su muñeca—. ¿Qué tan extraño es que este tatuaje no es
sólo mi nuevo favorito, pero que también me hace sentir en paz al saber que
está ahí?
—Muy extraño. —Peter
levantó una ceja y me reí—. Estoy bromeando. No puedo decir que lo entiendo,
pero es muy dulce… al estilo, Peter Lanzani.
—Si se siente tan bien
que esté en mi brazo, no puedo imaginar cómo se sentirá el poner un anillo en
tu dedo.
—Peter …
—En cuatro años, o tal
vez cinco. —agregó.
Tomé un respiro. —Tenemos
que tomarnos las cosas con calma. Muy, muy en calma.
—No empieces esto, Pidge.
—Si seguimos a este
ritmo, estaré descalza y embarazada antes de graduarme. No estoy lista para
mudarme contigo, no estoy lista para un anillo, y definitivamente no estoy
lista para sentar cabeza.
Peter tomó mis hombros y
me dio vuelta para mirarlo de frente.
—Esto no es el ―creo
que debemos ver a otras personas‖, ¿verdad? Porque no te voy a compartir. De
ninguna jodida manera.
—No quiero ver a nadie
más. —le dije, exasperada. Él se relajó y liberó mis hombros, agarrándose de la
barandilla.
— ¿Qué estás diciendo,
entonces? —Preguntó, mirando hacia el horizonte.
—Estoy diciendo que
tenemos que llevar las cosas con calma. Eso es todo lo que estoy
diciendo.
Él asintió con la cabeza,
claramente infeliz. Toqué su brazo. —No te enfades.
—Parece que damos un paso
adelante y dos pasos hacia atrás, Pidge. Cada vez que pienso que estamos en la
misma página, levantas un muro. No lo entiendo… la mayoría de las chicas están
acosando a sus novios para que se lo tomen en serio, para que hablen sobre sus
sentimientos, para que den el siguiente paso…
— ¿Creo que ya habíamos
establecido que yo no formo parte de la mayoría de las chicas?
Dejó caer su cabeza,
frustrado. —Estoy cansado de adivinar. ¿Hasta dónde ves esto, Lali?
Presioné mis labios
contra su camisa. —Cuando pienso sobre mi futuro, tú estás en él.
Peter se relajó, tirando
de mí hacia él. Los dos vimos las nubes de la noche desplazarse a través del
cielo. Las luces de la escuela iluminaban el bloque oscuro, y los invitados a
la fiesta envolvían sus brazos contra sus gruesas chaquetas, corriendo a la
calidez del ladrillo y la casa de la fraternidad.
Vi la misma paz en los
ojos de Peter de la que había sido testigo pocas veces, y me di cuenta que al
igual que las otras noches, su expresión de felicidad era el resultado de mi
reafirmación.
Yo había experimentado la
inseguridad, de esos que vivían de un solo golpe de mala suerte, de hombres que
tenían miedo de su propia sombra. Era fácil tener miedo del lado oscuro de
Vegas, del lado que las luces de neón y brillo nunca parecían tocar. Pero Peter
Lanzani no tenía miedo de pelear, o de defender a alguien que le importaba, o
mirar en los ojos una humillada y enfadada mujer. Él podía entrar en una
habitación y mirar a alguien dos veces su tamaño, creyendo que nadie podía
tocarlo—que él era invencible a todo lo que tratara de hacerlo caer.
Él no tenía miedo de
nada. Hasta que me conoció.
Yo era la parte de su
vida que era desconocida, la carta salvaje, la variable que no podía controlar.
Independientemente de los momentos de paz que le había dado, en cada momento de
cada día, la crisis que sentía sin mí se hacía diez veces peor en mi presencia.
La ira que antes se apoderaba de él cada vez era más difícil para controlar.
Ser la excepción ya no era un misterio, ya no era especial. Me había convertido
en su debilidad.
Al igual que mi padre.
— ¡Lali! ¡Ahí estás! ¡He
estado buscándote por todas partes! —dijo Eugenia, corriendo a través de la
puerta. Ella alzó su teléfono celular—. Acabo de hablar por teléfono con mi
papá. Carlos los llamó ayer por la noche.
— ¿Carlos? —Mi rostro se
contrajo en asco—. ¿Por qué los iba a llamar?
Eugenia levantó las cejas
como si yo debiera saber la respuesta. —Tu madre seguía colgándole.
— ¿Qué quería? —dije,
sintiéndome enferma.
Ella apretó los labios.
—Saber dónde estás.
—No se lo dijeron,
¿verdad?
El rostro de Eugenia se
crispó. —Él es tu padre, Lali. Mi padre sintió que él tenía derecho a saber.
—Él va a venir aquí
—dije, sintiendo mis ojos quemar—. ¡Él va a venir aquí, Euge!
— ¡Lo sé! ¡Lo siento!
—dijo ella, tratando de abrazarme. Me alejé de ella y me tapé la cara con las
manos.
Un par de manos fuertes y
familiares se posaron protectoramente sobre mis hombros. —No te hará daño,
Pigeon, —dijo Peter—. No se lo permitiré.
—Él encontrará la manera.
—dijo Eugenia, mirándome con pesadez en los ojos—. Siempre lo hace.
— ¡Tengo que salir de
aquí! —Sujeté el abrigo que me rodeaba y tiré de la manija de las puertas
francesas. Estaba demasiado molesta como para coordinar mis pasos. Mientras las
lágrimas caían por mis mejillas, la mano de Peter cubrió la mía. Él presionó,
ayudándome a abrir la puerta. Lo miré, consciente de la ridícula escena que
estaba haciendo, esperando ver una expresión de confusión o desaprobación en su
rostro, pero él me miraba con sólo comprensión.
Peter envolvió su brazo
mí alrededor y bajamos a la planta baja, escaleras abajo y entre la multitud
hacia la puerta. Los tres lucharon para seguirme el paso mientras yo
zigzagueaba hasta el Charger.
La mano de Eugenia se
aferró de mi abrigo, deteniéndome en seco.
—Lali —susurró, señalando
a un pequeño grupo de personas.
Estaban alrededor de un
hombre mayor y desaliñado, quien señalaba frenéticamente hacia la casa,
sosteniendo una fotografía. Las parejas asentían con la cabeza, discutiendo la
foto uno al otro.
Me dirigí hacia al hombre
y tomé la foto de su mano. — ¿Qué demonios estás haciendo aquí?
La multitud se dispersó,
entrando a la casa, Nicolás y Eugenia estaban a cada lado de mí. Peter sostenía
mis hombros desde atrás.
Carlos miró a mi vestido
y chasqueó la lengua en desaprobación. —Bien, bien, Cookie. Puedes tomar a la
chica de Las Vegas…
—Cierra la boca. Cállate,
Carlos. Sólo da la vuelta —señalé detrás de él—, y vuelve por donde viniste. No
te quiero aquí.
—No puedo, Cookie.
Necesito tu ayuda.
— ¿Qué hay de nuevo en
eso? —Se burló Eugenia.
Carlos entrecerró los
ojos a Eugenia y luego me miró a mí. —Te ves increíblemente hermosa. Has
crecido. No te hubiese reconocido en la calle.
Suspiré, impaciente ante
su charla. — ¿Qué es lo que quieres?
Él levantó las manos y se
encogió de hombros. —Creo que me he metido en un lío, nena. Tu viejo padre
necesita un poco de dinero.
Cerré los ojos. —
¿Cuánto?
—Estaba haciendo
relativamente bien, realmente lo estaba. Sólo tenía que pedir un granito de arena
para salir adelante… y ya sabes.
—Lo sé —le espeté—.
¿Cuánto necesitas?
—Veinticinco.
—Mierda, Carlos, ¿Dos mil
quinientos? Si te largas en este mismo instante… Yo te los daré. —dijo Peter,
sacando su cartera.
—Se refiere a veinticinco
mil. —dije, mirando a mi padre.
Los ojos de Carlos se
dirigieron a Peter. — ¿Quién es este payaso?
La mirada de Peter s se
deslizó lejos de su cartera y sentí su peso en mi espalda luchando por
contenerse. —Puedo ver, ahora, por qué un hombre como tú se ha reducido a
pedirle a su hija por un préstamo.
Antes de que Carlos
pudiera hablar, saqué mi teléfono celular.
— ¿A quién le debes en
esta ocasión, Carlos?
Carlos se rascó el pelo
canoso. —Bueno, es una historia divertida, Cookie…
— ¿A quién?
—Grité.
—Benny.
MI boca se abrió y di un
paso atrás, hacia Peter.
— ¿Benny? ¿Le debes a
Benny? ¿Qué demonios es…?—Respiré, no tenía sentido—. No tengo esa cantidad de
dinero, Carlos.
Él sonrió. —Algo me dice
que sí.
— ¡Bien, no lo tengo!
¿Realmente lo has hecho, esta vez, no? ¡Sabía que no pararías hasta que
terminaras muerto!
Se removió, la sonrisa de
satisfacción desapareciendo de su rostro.
— ¿Cuánto tienes?
Apreté la mandíbula.
—Once mil. Estaba ahorrando para un coche.
Los ojos de Eugenia se
lanzaron a mi dirección. — ¿De dónde has sacado once mil dólares, Lali?
—De las peleas de Peter.
—dije, con los ojos clavados en Carlos.
Peter tiró de mí para
mirarme a los ojos. — ¿Has obtenido once mil de mis peleas? ¿Cuándo
estabas apostando?
—Adam y yo tenemos un
acuerdo. —dije, sin preocuparme ante la sorpresa de Peter.
Los ojos de Carlos se
animaron repentinamente. —Puedes duplicar eso en un fin de semana, Cookie.
Puedes conseguirme los veinticinco para el domingo, y Benny no enviará a sus
matones por mí.
Sentía la garganta seca.
—Me dejará sin nada, Carlos. Necesito pagar por la escuela.
—Oh, puedes conseguirlo
de nuevo en muy poco tiempo. —dijo, agitando su mano con desdén.
— ¿Cuándo es la fecha
límite? —Le pregunté.
—El lunes. A la
medianoche. —dijo, sin complejos.
—No tienes que darle una
jodida moneda de diez centavos, Pigeon —dijo Peter, tirando de mí brazo.
Carlos me agarró de la
muñeca. — ¡Es lo menos que puedes hacer! ¡No estaría en este lío si no fuera
por ti!
Eugenia le dio una
palmada en la mano y luego lo empujó.
— ¡No te atrevas a
comenzar esa mierda de nuevo, Carlos! ¡Ella no te obligó a pedirle dinero
prestado a Benny!
Carlos me miró con odio
en sus ojos. —Si no fuera por ella, yo tendría mi propio dinero. Me arrebataste
todo lo que era mío, Lali. ¡No tengo nada!
Pensaba que el tiempo y
la distancia lejos de Carlos disminuirían el dolor que conllevaba ser su hija,
pero las lágrimas en mis ojos me decían lo contrario. —Voy a reunir el dinero
de Benny para el domingo. Pero cuando lo haga, quiero me dejes en paz. No haré
esto otra vez, Carlos. A partir de ahora, estás por tu propia cuenta, ¿Me oyes?
Mantente. Alejado.
Él apretó sus labios y
luego asintió. —Como tú digas, Cookie.
Me di la vuelta y me
dirigí hacia el coche, escuchando a Eugenia detrás de mí. —Hagan sus maletas,
chicos. Nos vamos a Vegas.
CONTINUARÁ...
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