domingo, 23 de noviembre de 2014

Capítulo 11 (Parte 2)

CELOS (Parte 2)


Mientras la semana avanzaba, Peter se tomó su promesa muy en serio. Ya no conversaba con las chicas que lo detenían en los pasillos, y algunas veces hasta era grosero con ellas. En el momento en que caminamos dentro de The Red para la fiesta de Halloween, me encontraba un poquito nerviosa sobre como él planeaba mantener lejos a las fiesteras intoxicadas.

Eugenia, Gastón y yo nos sentamos en una de las mesas cercanas, mientras veíamos a Peter y Nicolás jugar billar con dos de sus hermanos Sig Tau.

— ¡Vamos, bebé! —Gritó Eugenia, levantándose en el escalón de su banco.

Nicolás le guiñó, y luego realizó su tiro, metiéndola en el hoyo derecho más lejano.

— ¡Woo! —chilló.

Un trío de mujeres vestidas como Los Ángeles de Charlie se acercaron a Peter mientras él esperaba su turno, sonreí cuando él trató lo más que pudo de ignorarlas. Cuando una de ellas trazó la línea de uno de sus tatuajes, Peter jaló su brazo. La apartó para así poder hacer su tiro, y ella hizo un puchero a sus amigas.

— ¿Puedes creer cuán ridículas son? Las chicas aquí no tienen vergüenza. —dijo Eugenia.

Gastón sacudió su cabeza, asombrado. —Es Peter. Creo que es lo del chico malo. O creen que pueden salvarlo, o piensan que son inmunes a sus encantos. No estoy seguro cual será.

—Probablemente las dos. —Me reí, viendo como las chicas esperaban que Peter les prestara atención—. ¿Puedes imaginar ser tú quien espera ser escogida por él? ¿Sabiendo que vas a ser usada sólo para sexo?  

—Problemas paternales. —dijo Eugenia, tomando un sorbo de su bebida.

Gastón botó su cigarro y jaló nuestros vestidos.

— ¡Vamos, chicas! ¡El Gastón quiere bailar!

—Sólo si prometes nunca volver a llamarte así. —dijo Eugenia.

Gastón sacó su labio inferior y Eugenia sonrió.

—Vamos, Lali. No quieres hacer a Gastón llorar, ¿cierto? —Nos unimos a los policías y vampiros en la pista de baile, y Gastón sacó sus pasos de Timberlake. Miré a Peter sobre mi hombro y lo descubrí mirándome por el rabillo del ojo, fingiendo ver a Nicolás meter la bola ocho en el juego. Nicolás recolectó sus ganancias, y Peter se dirigió a la larga barra que rodeaba la pista de baile, para pedir un trago. Gastón bailaba por toda la pista, para finalmente hacer un sándwich entre Eugenia y yo. Peter rodó los ojos, riéndose mientras volvía a nuestra mesa con Nicolás.

—Voy a buscar otra bebida. ¿Quieren algo? —gritó Eugenia por encima de la música.

—Voy contigo. —dije, mirando a Gastón y apuntando hacia la barra.

Gastón sacudió la cabeza y continuó bailando. Eugenia y yo avanzamos por la multitud hacia la barra. El barman estaba agobiado, por lo que nos acomodamos para una larga espera.

—Los chicos están arrasando esta noche. —dijo Eugenia.
Me incliné a su oído. —Por qué alguien apostaría contra Nico es algo que nunca entenderé.

—Por la misma razón que apuestan contra Peter. Son idiotas. —Sonrió.

Un hombre en una toga se inclinó contra la barra al lado de Eugenia y sonrió. — ¿Qué están tomando las damas esta noche?

—Nosotras compramos nuestros propios tragos, gracias. —dijo Eugenia, mirando hacia adelante.

—Soy Mike. —dijo, y luego apuntó a su amigo—. Éste es Logan.

Sonreí educadamente, mirando a Eugenia, quien tenía su mejor cara de lárgate. El barman tomó nuestra orden, y luego asintió detrás de nosotras, volteándose para preparar la bebida de Eugenia.

Nos trajo un vaso de vidrio cuadrado lleno de líquido rosa y tres cervezas. Mike le tendió dinero y ella asintió.

—Esto es algo diferente —dijo Mike, escaneando la multitud.
—Sí —respondió Eugenia con cara de fastidio.

—Te vi bailando —Logan asintió hacia la pista—. Te veías bien.

—Uh… gracias. —Le dije, tratando de permanecer amable, consciente de que Peter estaba a poca distancia.

— ¿Quieres bailar? —preguntó.

Sacudí la cabeza. —No, gracias. Estoy aquí con mi…  

—Novio. —dijo Peter, apareciendo de la nada. Miró mal a los hombres que se encontraban junto a nosotras, los cuales se apartaron un poco, claramente intimidados.

Eugenia no pudo evitar sonreír satisfecha cuando Nicolás la rodeó con sus brazos. Peter asintió hacia la habitación. —Váyanse, ahora.

Los hombres nos miraron a Eugenia y a mí, y luego dieron un par de pasos hacia tras antes de desaparecer en la seguridad de la multitud.

Nicolás besó a Eugenia. — ¡No puedo llevarte a ningún lado!
Ella rió, y yo miré a Peter, quien me fruncía el ceño.

— ¿Qué?

— ¿Por qué le permitiste comprarte una bebida?

Eugenia se separó de Nicolás, notando el humor de Peter. —No lo hicimos, Peter. Les dije que no.

Peter me quitó la botella de la mano. — ¿Entonces, qué es esto?

— ¿Es en serio? —Pregunté.

—Sí, es jodidamente en serio. —dijo, tirando la botella en un bote de basura junto a al bar—. Te lo he dicho cientos de veces… No puedes aceptarle tragos a cualquier chico. ¿Qué pasa si puso algo allí?

Eugenia levantó su vaso. —Las bebidas fueron hechas frente a nosotras, Pit. Estás sobreactuando.

—No estoy hablando contigo. —dijo Peter, sus ojos pegados a los míos.

— ¡Hey! —Me molesté inmediatamente—. No le hables así.

—Peter —advirtió Nicolás—. Déjalo ir.

—No me gusta que dejes a otros chicos comprarte bebidas. —dijo Peter.

Levanté una ceja. — ¿Estás tratando de empezar una discusión?

— ¿No te molestaría entrar a un bar y verme compartiendo un trago con alguna chica?

Asentí. —De acuerdo. Ahora no estás consciente de todas las mujeres. Lo entiendo. Debería de hacer el mismo esfuerzo.

—Sería bueno. —Claramente yo trataba de controlar su temperamento, y era un poco enervante estar del otro lado de su ira. Sus ojos aún se encontraban brillantes de rabia, y una innata urgencia por ir por la ofensiva burbuja hacia la superficie.

—Vas a tener que bajarle a tu tono de novio celoso, Peter. No hice nada malo.

Peter me lanzó una mirada de incredulidad. — ¡Vengo para acá, y otro tipo esta comprándote un trago!
— ¡No le grites! —dijo América.

Nicolás puso sus manos en los hombros de Peter. —Todos hemos bebido bastante. Simplemente vámonos. —El usual efecto de calma que poseía Nicolás no surtió efecto en Peter, y estuve instantáneamente molesta debido a que su pequeña rabieta había arruinado nuestra noche.

—Tengo que decirle a Gastón que nos vamos. —Murmuré, pasando a Peter y dirigiéndome hacia la pista.

Una tibia mano me agarró la muñeca. Me volteé, y vi los dedos de Peter apretados sin ningún remordimiento. —Voy contigo.

Aparté mi mano de su agarre. —Soy totalmente capaz de caminar unos pocos metros por mi sola, Peter. ¿Qué está mal contigo?

Vi a Gastón en el centro, y me dirigí hacia él.

— ¡Nos vamos!

— ¿Qué? —gritó Gastón sobre la música.

— ¡Peter está de mal humor! ¡Nos vamos!

Rodó los ojos y sacudió la cabeza, agitando su mano mientras me alejaba. Justo cuando vi a Eugenia y Nicolás, fui jalada hacia atrás por un hombre en un disfraz de pirata.

— ¿A dónde crees que vas? —Sonrió, pegándose a mí.

Me reí y sacudí la cabeza a la cara tan graciosa que estaba haciendo. Cuando me giré para irme, agarró mi brazo.

No me tomó mucho averiguar que no me estaba agarrando, se estaba agarrando a mí, por protección.

— ¡Whoa! —Lloró, mirando más allá de mí, con los ojos bien abiertos.

Peter lo llevó de nuevo a la pista, y arrebató su puño en la cara del pirata, con tal fuerza que nos tumbó a ambos al suelo. Con las palmas pegadas al piso, parpadeé en incredulidad.

Sentí algo caliente y húmedo en mi mano, la volteé y me encogí. Estaba cubierta con la sangre proveniente de la nariz del hombre. Su mano estaba cubriendo su cara, pero el rojo líquido corría por debajo, cayendo al piso.
Peter corrió a levantarme, viéndose tan sorprendido como yo me encontraba. — ¡Oh, mierda! ¿Estás bien, Pidge?

Cuando me levanté, jalé mi brazo de su agarre.  

— ¿Estás loco?

Eugenia me tomó por la muñeca y me llevó a través de la multitud hacia el estacionamiento, Peter se volteó hacia mí.

—Lo siento, Pigeon, no sabía que te tenía agarrada.

— ¡Tu puño estuvo a cinco centímetros de mi cara! —dije, atrapando la toalla llena de aceite que Nicolás me había lanzado. Asqueada, limpié la sangre de mi mano.

La seriedad del asunto nubló su cara y se estremeció. —No lo hubiera atacado si hubiera sabido que te tenía agarrada, sabes eso ¿no?

—Cállate, Peter. Solo cállate. —dije, mirando la nuca de Nicolás.

—Pidge… —Comenzó Peter.

Nicolás golpeó el volante con la palma de su mano.

— ¡Cierra la boca, Peter! ¡Ya dijiste que lo lamentabas, ahora cierra la maldita boca!

El viaje a casa fue en completo silencio. Nicolás arrimó su asiento hacia adelante para permitirme salir, y miré a Eugenia, quien asintió en entendimiento.

Le dio un beso de buenas noches a su novio. —Te veo mañana, bebé.

Nico asintió y la besó. —Te amo.

Pasé a Peter en mi camino hacia el Honda de Eugenia, y él trotó a mi lado. —Vamos. No te vayas molesta.

—Oh, no estoy molesta. Estoy furiosa.

—Necesita un tiempo para calmarse, Peter. —Advirtió Eugenia, abriendo su puerta.

Cuando el seguro de la puerta de pasajeros saltó, Peter sostuvo su mano contra ella. —No te vayas, Pigeon. Estuve mal. Lo siento.

Levanté mi mano, mostrándole los rastros de sangre seca en mi palma. —Llámame cuando crezcas.

Se inclinó con su cadera contra la puerta. —No puedes irte.

Levanté una ceja, y Nicolás trotó alrededor del auto junto a nosotros. —Peter, estás tomado. Estás a punto de cometer un grave error. Déjala irse a casa, cálmate… Ambos pueden hablar mañana cuando estés sobrio.

La expresión de Peter se tornó desesperada. —No se puede ir. —dijo, mirándome fijamente.

—No va a funcionar, Peter. —Tiré de la puerta—. ¡Muévete!

— ¿A qué te refieres con que no va a funcionar? —Preguntó Peter, tomando mi brazo.

—Me refiero a tu cara triste. No voy a creérmela. —dije, apartándome.

Nicolás vio a Peter por un momento, y luego se giró hacia mí. —Llai… Este es el momento del que te estaba hablando. Tal vez deberías…

—Mantente fuera de esto, Nico. —Soltó Eugenia, encendiendo el auto.

—Lo voy a arruinar. Lo voy a arruinar bastante, Pidge, pero tú tienes que perdonarme.

— ¡Voy a tener un moretón gigante en mi trasero mañana en la mañana! ¡Golpeaste a ese tipo porque estabas molesto conmigo! ¿Qué me dice eso? ¡Porque las banderas rojas están levantadas por todo lados!

—Nunca he golpeado a una chica en mi vida. —dijo, sorprendido por mis palabras.

— ¡Y yo estoy a punto de ser la primera! —dije, jalando la puerta—. ¡Muévete, demonios!

Peter asintió, y luego dio un paso atrás. Me senté al lado de Eugenia, y tiré la puerta. Puso el auto en reversa, y Peter se inclinó para verme por la ventana.

—Vas a llamarme mañana, ¿verdad? —Preguntó, tocando el vidrio.


—Solo vámonos, Euge. —dije, negándome a verlo.

****

La noche fue larga, me la pasé viendo el reloj y me encogía cuando veía que otra hora había pasado. No podía dejar de pensar en Peter, y en sobre si iba a llamarlo o no en la mañana, preguntándome si estaría despierto también. Finalmente, opte por ponerme los audífonos de mi IPod y escuchar la alta y molesta música de mi repertorio.

La última vez que había visto el reloj, eran pasadas las cuatro. Los pájaros ya cantaban afuera de mi ventana, y sonreí cuando sentí que mis ojos se sentían pesados. Pareció como si sólo hubieran pasado pocos minutos cuando escuché un toque en la puerta y vi a Eugenia entrando. Sacó los audífonos de mis oídos y se tiró en la silla de mi escritorio.

—Buenos días, sol. Te ves horrible. —dijo, haciendo una burbuja rosa con su boca, y dejándola sonar fuerte al reventarse.

— ¡Cierra la boca, Eugenia! —Soltó María escondida dentro de sus sábanas.

—Estás consciente de que las personas como Peter y tú van a discutir bastante, ¿cierto? —dijo Eugenia mirando sus uñas y masticando el gran pedazo de goma de mascar en su boca.


Me volteé de lado en la cama. —Estás oficialmente despedida. Eres una terrible conciencia.

Se rió. —Solamente te conozco. Si te entregara mis llaves en este instante, irías directo hacia allá.

— ¡Claro que no!

—Como digas.

—Son las ocho de la mañana. Probablemente todavía estén tirados durmiendo.

Justo en ese momento escuché un suave toque en la puerta. El brazo de María salió de su edredón y giró la manilla. La puerta se abrió lentamente, revelando a Peter en la entrada.

— ¿Puedo pasar? —Preguntó en una voz baja y rasposa. Las bolsas oscuras bajos sus ojos indicaban su falta de sueño, si es que tuvo alguno, en absoluto.

Me senté en la cama, sorprendida por su apariencia tan exhausta.

— ¿Estás bien?


Caminó y cayó en rodillas frente a mí. —Lo siento, Lali. Lo siento. —dijo, envolviendo sus brazos en mi cintura y hundiendo su cara en mi regazo.

Sostuve su cabeza en mis brazos y miré a Eugenia.

—Yo uh… Me voy a ir. —dijo, alcanzando torpemente la manilla de la puerta.

María frotó sus ojos y suspiró, luego tomó su bolso de baño. —Siempre estoy muy limpia cuando andas por aquí, Lali. —Murmuró, tirando la puerta tras ella.

Peter me miró. —Sé que me vuelvo loco en lo que respecta a ti, pero Dios sabe que lo estoy intentando, Pidge. No quiero arruinar esto.

—Entonces no lo hagas.

—Esto es difícil para mí, ¿sabes? Siento que en cualquier momento vas a averiguar cuan pedazo de mierda soy y me vas a dejar. Anoche vi una docena de diferentes tipos mirándote al bailar. Vas al bar y te veo agradecerle a ese tipo por tu bebida. Y luego ese imbécil en la pista te agarra.

—Tú no me ves a mí golpeando a cualquier chica que se acerca a hablarte. No me puedo quedar encerrada en el departamento todo el tiempo. Vas a tener que controlar tu temperamento.

—Lo haré. Nunca había querido una novia antes, Pigeon. No estoy acostumbrado a sentirme de esta manera… por nadie. Si eres paciente conmigo, juro que me controlaré.

—Vamos a aclarar algo; no eres un pedazo de mierda, eres increíble. No importa quién me compre tragos, ni quién me invite a bailar, o quien coquetee conmigo. Al final, me voy a casa contigo. Me has pedido que confíe en ti, pero tú no pareces confiar en mí.

Frunció el ceño. —Eso no es verdad.

—Si piensas que voy a dejarte por cualquier tipo que se aparezca, entonces no me tienes mucha fe.

Tensó su agarre. —No soy lo suficientemente bueno para ti, Pidge. Eso no significa que no confíe en ti, sólo me preparo para lo inevitable.

—No digas eso. Cuando estamos solos eres perfecto. Somos perfectos. Pero entonces permites que todo el mundo lo arruine. No espero que huyas de todo, pero tienes que elegir tus batallas. No puedes pelear cada vez que alguien me mire.

Asintió. —Yo hago todo lo que tú quieras. Sólo… dime que me amas.

—Sabes que lo hago.

—Necesito oírte decirlo. —dijo, sus cejas juntándose.

—Te amo —llevé mis labios a los suyos—. Ahora deja de ser tan bebé.

Se rió, subiendo a la cama conmigo. Pasamos la siguiente hora en el mismo lugar debajo de las sabanas, riéndonos y besándonos, apenas notando cuando María regresó de su ducha.

— ¿Podrías salirte? Necesito vestirme. —Le dijo a Peter, apretando su bata.

Peter besó mi mejilla y luego salió al pasillo.

—Te veo en un segundo.


Caí en mi almohada mientras María revoloteaba en su closet. — ¿De qué estás tan feliz? —Murmuró.

—De nada. —Suspiré.

— ¿Sabes que es la codependencia, Lali? Tu novio es el claro ejemplo, lo que es extraño considerando que él pasó de no tener ningún respeto por las mujeres en lo absoluto a pensar que te necesita para respirar.

—Tal vez lo hace. —dije, negándome a permitirle arruinar mi humor.

— ¿No te preguntas por qué es eso? Digo… Él ha estado con la mitad de las chicas en esta escuela. ¿Por qué tú?

—Él dice que soy diferente.

—Por supuesto que lo hace. Pero, ¿Por qué?

— ¿Por qué te importa? —Solté.

—Es peligroso necesitar a alguien tanto así. Estás tratando de salvarlo, y él espera que lo hagas. Ustedes dos son un desastre.


Le sonreí al techo. —No importa qué o por qué es así. Cuando es bueno… es hermoso.

Rodó lo ojos. —No tienes salvación.

Peter tocó la puerta y María lo dejó entrar.
—Me voy a estudiar al salón. Buena suerte. —dijo en la voz más falsa que pudo haber utilizado.

— ¿Qué fue eso? —preguntó Peter.

—Dijo que somos un desastre.

—Dime algo que no sepa. —Sonrió. Sus ojos de repente eran determinados, y besó la piel debajo de mi oreja—. ¿Por qué no te vienes conmigo?

Sostuve mi mano en su nuca, y suspiré al sentir sus suaves labios contra mi piel. —Creo que me quedaré aquí. Estoy en tu departamento todo el tiempo.

Su cabeza voló hacia arriba. — ¿Y eso qué? ¿No te gusta estar ahí?

Toqué sus mejillas y suspiré. Se preocupaba tan rápido. —Claro que sí, pero yo no vivo ahí.

Trazó mi cuello con la punta de su nariz. —Te quiero allí. Te quiero allí todas las noches.

—No me voy a mudar contigo. —Sacudí la cabeza.

—No te pedí que te mudaras conmigo. Dije que te quiero ahí.

— ¡Es la misma cosa! —Reí.

Peter arrugó la frente. — ¿En serio no te vas a quedar conmigo esta noche?

Sacudí la cabeza, y sus ojos viajaron por mi pared hasta el techo. Casi pude ver las ruedas moviéndose en su cabeza. — ¿En qué piensas? —Pregunté, entrecerrando los ojos.


—Intento pensar en otra apuesta.


CONTINUARÁ...

1 comentario: