LA APUESTA
—Definitivamente él está
mirándote. —susurró Eugenia, inclinándose para echar un vistazo por el salón.
—Deja de mirar, tonta, él
va a verte.
Eugenia sonrió y saludó.
—Ya me vio. Aún está mirando.
Dudé por un momento y
luego finalmente junté el suficiente valor para voltear en su dirección. Pablo
tenía su mirada fija en mí, sonriendo.
Le regresé la sonrisa y
entonces fingí escribir algo en mi laptop.
— ¿Aun está mirando?
—Murmuré.
—Sí. —ella rió.
Después de clase, Pablo
me detuvo en el pasillo.
—No te olvides de la
fiesta este fin de semana.
—No lo haré. —dije,
intentando no pestañear mucho o hacer alguna otra cosa más ridícula.
Eugenia y yo caminamos
hacia la cafetería, sobre el césped, para encontrarnos con Peter y con Nicolás
para el almuerzo. Ella todavía se estaba riendo acerca del comportamiento de Pablo
cuando se acercaron Nicolás y Peter.
—Hola, bebé. —dijo Eugenia,
besando a su novio, públicamente, en la boca.
— ¿Qué es tan gracioso?
—preguntó Nicolás.
—Oh, un chico en clase se
le quedó mirando a Lali durante toda la hora. Fue adorable.
—Siempre y cuando él
estaba mirando a Lali. —Nicolás guiñó un ojo.
— ¿Quién era? —Peter hizo
una mueca.
Ajusté mi mochila,
provocando que Peter la deslizara fuera de mis brazos y la sostuviera. Sacudí
mi cabeza. —Euge está imaginando cosas.
— ¡Lali! ¡Gran y gorda
mentirosa! Era Pablo Martínez, y él estaba siendo tan obvio. El chico
prácticamente estaba babeando.
La expresión de Peter se
transformó en disgusto. — ¿Pablo Martínez?
Nicolás tiró de la mano
de Eugenia. —Vamos a almorzar. ¿Disfrutarás de la fina cocina de la cafetería
esta tarde?
Eugenia lo besó de nuevo
en respuesta y Peter y yo los seguimos. Me senté con mi bandeja entre Eugenia y
Gastón, pero Peter no se sentó en su asiento normal frente a mí.
En vez de eso, se sentó
en un lugar más allá. Fue entonces que me di cuenta que él no había dicho mucho
mientras caminábamos a la cafetería.
— ¿Estás bien, Pit? —Le
pregunté.
— ¿Yo? Bien, ¿Por qué?
—dijo, suavizado las facciones de su rostro.
—Es sólo que has estado
callado.
Varios miembros del
equipo de fútbol se acercaron a la mesa y se sentaron, riendo ruidosamente. Peter
parecía un poco molesto mientras removía la comida en su plato.
Chris Jenks arrojó una
papa francesa al plato de Peter.
— ¿Qué hay de nuevo Pit?
Escuché que te tiraste a Tina Martin. Ella está barriendo tu nombre por el
barro el día de hoy.
—Cállate, Jenks. —dijo Peter,
manteniendo los ojos en su comida.
Me incliné hacia adelante
para que el fornido gigante sentado frente a Peter pudiera experimentar toda la
fuerza de mis reflejos. —Déjalo, Chris.
Los ojos de Peter se
clavaron en los míos, —Puedo defenderme a mí mismo, Lali.
—Lo siento, yo…
—No quiero que lo
sientas. No quiero que hagas nada. —dijo bruscamente, empujándose fuera de la
mesa, y salió muy furioso por la puerta.
Gastón me miró con las
cejas elevadas. — ¡Whoa! ¿Por qué fue todo eso?
Inserté un Tater Tot en mi tenedor, y sin aliento dije: —No lo sé.
Nicolás acarició mi
espalda. —No es nada que tú hayas hecho, Lali.
—Sólo que a él le están
sucediendo cosas en este momento. —añadió Eugenia.
— ¿Qué tipo de cosas? —Pregunté.
Nicolás se encogió de
hombros y centró su atención en su plato.
—Ya deberías saber que se
requiere de paciencia y una actitud indulgente para ser amigo de Peter. Él es
su propio universo.
Sacudí mi cabeza. —Ese es
el Peter que todos los demás ven… no él Peter que yo conozco.
Nicolás se inclinó hacia
adelante. —No hay ninguna diferencia. Sólo tienes que seguir la corriente.
Después de clase me fui
con Eugenia al apartamento, para descubrir que la motocicleta de Peter no
estaba. Fui a su habitación y me enrosqué en una bola en su cama, descansando
mi cabeza sobre mi brazo. Peter estaba bien esta mañana. Por más tiempo que
habíamos pasado juntos, yo no podía creer que no hubiera visto que algo lo
había estado molestando. No sólo eso, me preocupaba que Eugenia parecía saber
lo que estaba sucediendo y yo no.
Mi respiración se
normalizó y mis ojos se volvieron pesados; no mucho después me quedé dormida.
Cuando mis ojos se abrieron nuevamente, el cielo nocturno había oscurecido la
ventana. El sonido amortiguado de unas voces se filtraba por el pasillo de la
sala, incluyendo el tono profundo de Peter. Me deslicé por el pasillo y luego
me congelé cuando escuché mi nombre.
—Lali lo entiende, Pit.
No te tortures. —dijo Nicolás.
—Ya van a ir a la fiesta.
¿Dónde está el daño en invitarla a salir? —preguntó Eugenia.
Me quedé quieta,
esperando su respuesta. —No quiero salir con ella; Sólo quiero estar a
su alrededor. Ella es…diferente.
— ¿Cómo diferente? —le
preguntó Eugenia, sonando irritada.
—Ella no sigue mis
pendejadas, es refrescante. Lo dijiste tú misma, Euge. Yo no soy su tipo.
Simplemente no es… de esa forma con nosotros.
—Estás más cerca de ser
su tipo de lo que crees. —dijo Eugenia.
Retrocedí tan
silenciosamente como pude, y cuando las tablas de madera crujieron bajo mis
pies descalzos, alcancé la puerta del dormitorio de Peter y la cerré y luego
caminé por el pasillo.
—Hola, Lali —Eugenia
sonrió—. ¿Cómo estuvo tu siesta?
—Estuve inconsciente
durante cinco horas. Es más cercano a un coma que a una siesta.
Peter me miró fijamente
por un momento y cuando le sonreí, él caminó directamente hacia mí, agarró mi
mano y me jaló al pasillo de su dormitorio. Cerró la puerta y yo sentí mi
corazón golpeando en mi pecho, preparándose para que él dijera otra cosa para
aplastar a mi ego.
Levantó sus cejas. —Lo
siento, Pidge. Fui un imbécil contigo.
Me relajé un poco, viendo
el remordimiento en sus ojos. —No sabía que estabas enojado conmigo.
—No estaba enojado contigo. Es sólo que tengo la mala costumbre de
desquitarme con quienes me preocupan. Es una excusa pobre de mierda, lo sé,
pero lo siento. —me dijo, envolviéndome en sus brazos.
Puse mi mejilla contra su
pecho, recargándome. — ¿Por qué estabas enojado?
—No es importante. Lo
único que me preocupa eres tú.
Me incliné hacía tras
para verlo. —Puedo manejar tus rabietas.
Sus ojos analizaron mi
cara durante un momento antes de que una pequeña sonrisa se extendiera por sus
labios. —No sé por qué me aguantas, y no sé lo que haría si no lo hicieras.
Pude oler la mezcla de
cigarrillos y menta en su aliento, y miré sus labios, mi cuerpo estaba
reaccionando ante la cercanía que teníamos. La expresión de Peter cambió y su
respiración vaciló, él también lo había notado.
Me incliné
infinitesimalmente, y luego ambos saltamos cuando sonó su teléfono celular. Él
suspiró, sacándolo del bolsillo.
—Sí. ¿Hoffman?
Jesús… De acuerdo. Será grande y fácil. ¿Jefferson? —Me miró y giñó un ojo—.
Estaremos ahí. —Colgó y tomó mi mano—. Ven conmigo. —Me sacó al final del
pasillo—. Era Adam —Le dijo a Nicolás—. Brady Hoffman estará en Jefferson en
noventa minutos.
Nicolás asintió y se
levantó, sacó su celular de su bolsillo. Después de unos momentos, repitió lo
que Peter le había dicho por su teléfono, colgó, marcó nuevamente y repitió una
vez más la información. Él marcó otro número mientras cerraba la puerta de su
habitación detrás de él.
—Aquí vamos —dijo Eugenia,
sonriendo—. ¡Sera mejor que nos arreglemos!
El aire en el apartamento
estaba tenso y optimista al mismo tiempo. Peter parecía el menos afectado,
poniéndose sus botas y una camiseta blanca, como si él estuviera preparándose
para ir a hacer un encargo.
Eugenia me llevó al final
del pasillo, al dormitorio de Peter y frunció el ceño. —Tienes que cambiarte, Lali.
No puedes usar eso en la lucha.
— ¡Llevaba un maldito
cardigán la última vez y no dijiste nada! —Protesté.
—No pensé que irías la
última vez. Toma —Me arrojó ropa—, Póntelo.
— ¡No usaré esto!
— ¡Vámonos! —Llamó Nicolás
desde la sala de estar.
— ¡Rápido! —dijo Eugenia
bruscamente, corriendo hacia la habitación de Nicolás.
Me puse la escotadísima y
ajustada blusa amarilla sin mangas, y los pantalones vaqueros de corte bajo que
Eugenia me lanzó, y luego deslicé mis pies en un par de tacones, pasé un
cepillo por mi cabello mientras caminaba hacía final del pasillo. Eugenia salió
de su habitación con un vestido corto de color verde y tacones que hacían
juego, y cuando dimos vuelta en la esquina, Peter y Nicolás estaban de pie en
la puerta.
La boca Peter cayó
abierta. —Oh, carajo no. ¿Está intentando matarme? Tienes que cambiarte, Pidge.
— ¿Qué? —pregunté,
mirando hacia abajo.
Eugenia puso sus manos en
sus caderas. —Ella se ve linda, Pit, ¡Déjala en paz!
Peter tomó mi mano y me
llevó al final del pasillo. —Ponte una playera…y unos tenis. Algo cómodo.
— ¿Qué? ¿Por qué?
—Porque voy a estar más
preocupado por quien está mirando tus tetas, en esa camiseta, que por Hoffman.
—dijo, deteniéndose en su puerta.
— ¿Pensé que habías dicho
que no te importaba nada lo que todos los demás pensaran?
—Ese es un escenario
diferente, Pigeon. — Peter bajó su mirada a mi pecho y luego la subió a mí
rostro—. No puedes usar eso en la pelea, así que por favor… sólo… por favor
sólo cámbiate. —Tartamudeó, empujándome a la habitación y encerrándome.
— ¡Peter! —grité.
Pateando mis tacones y metiendo los pies en mis Converse. Luego me quité la
blusa, lanzándola al otro lado de la habitación. Jalé sobre mi cabeza la
primera camiseta de algodón que mis manos tocaron y luego corrí hacía el
pasillo, deteniéndome en la puerta.
— ¿Mejor? —dije
respirando con dificultad, peinando mi cabello en una cola de caballo.
— ¡Sí! —dijo Peter,
aliviado—. ¡Vámonos!
Corrimos hasta el
estacionamiento. Salté sobre la parte trasera de la motocicleta de Peter,
mientras él arrancaba el motor, y nos fuimos, volando por el camino hacia la
universidad. Sujeté fuertemente su cintura anticipadamente; la prisa de salir
por la puerta había enviado adrenalina que estaba emergiendo por mis venas.
Peter condujo sobre la
acera, estacionando su moto en las sombras detrás del edificio de artes
liberales de Jefferson. Empujó sus gafas de sol a la cima de su cabeza y luego
agarró mi mano, sonriendo mientras nos dirigimos a la parte de atrás del
edificio. Se detuvo en una ventana abierta, cerca del suelo.
Mis ojos se ampliaron
cuando caí en cuenta. —Estás bromeando.
Peter sonrió. —Esta es la
entrada VIP. Deberías ver cómo entra todo el mundo.
Sacudí mí cabeza cuando
el metió las piernas a través de la ventana y desapareció. Me agaché y lo llamé
inconscientemente: — ¡Peter!
—Aquí abajo, Pidge. Sólo
entra con los pies primero, yo te atraparé.
— ¡Estás completamente
loco si crees que voy a saltar hacia la oscuridad!
— ¡Yo te atraparé! ¡Lo
prometo! ¡Ahora trae tu culo aquí!
Suspiré, tocando mi frente
con mi mano. — ¡Esto es una locura!
Me senté, y rápidamente
me empujé hacia delante, hasta que la mitad de mi cuerpo estaba colgando en la
oscuridad. Me giré sobre mi estómago y estiré mis pies, buscando sentir el
piso. Esperé que mis pies tocaran la mano de Peter, pero perdí mi agarre y
chillé cuando caí hacia atrás. Un par de manos me agarraron, y escuché la voz
de Peter en la oscuridad.
—Caes como una niña. —Se
rió.
Descendió mis pies al
suelo y, luego me adentró aún más en la oscuridad. Después de una docena de
pasos, pude oír los gritos familiares de nombres y números, y luego la sala
iluminada. Una linterna colocada en la esquina iluminaba la sala sólo lo
suficiente para que pudiera distinguir la cara de Peter.
— ¿Qué estamos haciendo?
—Esperar. Adam tiene que
decir su discurso antes de que yo entre.
Me puse nerviosa. — ¿Debo
esperar aquí, o debo entrar? ¿A dónde voy cuando se inicia la pelea? ¿Dónde
están Nico y Euge?
—Fueron por el otro lado.
Sólo sígueme, no te enviaré a ese agujero de tiburones sin mí. Permanece junto
a Adam, él evitará que te aplasten. No puedo estar cuidándote y lanzando golpes
al mismo tiempo.
— ¿Aplastar?
—Va a venir más gente aquí
esta noche. Brady Hoffman es de State. Ellos tienen su propio círculo allí. Va
a ser nuestra gente y su gente, por lo que el lugar va a ser una locura.
— ¿Estás nervioso? —Le
pregunté.
Él sonrió, mirándome.
—No. Aunque tú pareces un poco nerviosa.
—Tal vez. —admití.
—Si te hace sentir mejor,
no dejaré que me toque. Ni siquiera dejaré que me de uno para hacerlo sentir
mejor.
— ¿Cómo vas a lograr eso?
Se encogió de hombros.
—Normalmente dejo que me den uno, para que parezca justo.
— ¿Tú…? ¿Dejas que las
personas te golpeen?
— ¿Qué tan divertido
sería si sólo masacrara a alguien y nunca consiguieran darme un puñetazo? No es
bueno para los negocios, nadie apostaría contra mí.
—Qué gran mierda. —dije,
cruzando mis brazos.
Peter levantó una ceja. —
¿Piensas que estoy bromeando?
—Me cuesta creer que sólo
consigues un golpe cuando dejas que te golpeen.
— ¿Te gustaría hacer una
apuesta de eso, Lali Espósito? —Él sonrió, con sus ojos animados.
Sonreí. —Acepto esa
apuesta. Creo que él te anotará uno.
— ¿Y si él no lo hace?
¿Qué ganaré? —preguntó. Me encogí de hombros, mientras que los gritos al otro
lado del muro crecían hasta ser un rugido. Adam saludó a la multitud y luego
comenzó a decir las reglas.
La boca de Peter se extendía
en una amplia sonrisa. —Si ganas, no tendré sexo durante un mes. —Levante una
ceja y él sonrió de nuevo—. Pero si gano, tienes que estar conmigo durante un
mes.
— ¿Qué? ¡Me quedo contigo de todos modos!
¿Qué tipo de apuesta es esa? —Grité sobre el ruido.
—Que arreglaron las
calderas en Morgan hoy. —Peter sonrió.
Una sonrisa presumida se
extendió por mi cara mientras Adam dijo el nombre de Peter. —Cualquier cosa
vale la pena por verte intentar la abstinencia para variar.
Peter besó mi mejilla y
luego salió, manteniéndose erguido. Lo seguí, y cuando pasé a la habitación de
al lado, me sorprendí de ver el número de personas que se habían apretujado en
el pequeño espacio. Todos estaban de pie, pero los empujones y los gritos sólo
aumentaron una vez que entramos en la sala. Peter asintió en mi dirección, y
luego la mano de Adam estaba sobre mis hombros, jalándome a su lado.
Me incliné al oído de
Adam. —Apuesto dos a Peter. —dije.
Las cejas de Adam se
alzaron mientras me veía sacar dos Benjamins (billetes de 100 dólares) de mi bolsillo. Mantuvo a su palma extendida, y yo estampé los
billetes en su mano.
—No eres la Pollyanna que pensé que serías. —dijo, dándome una rápida mirada.
Brady era por lo menos
una cabeza más alto que Peter y tragué saliva cuando los vi de pie uno frente
al otro. Brady era masivo, el doble del tamaño de Peter y músculo sólido. No
podía ver la expresión de Peter, pero era evidente que a Brady se le había
acabado la sangre.
Adam presionó sus labios
contra mi oído. —Puede que quieras taparte los oídos, gatita.
Puse mis manos a cada
lado de mi cabeza, y Adam sonó la bocina. En vez de atacar, Peter dio unos
pasos atrás. Brady se balanceó y Peter lo esquivó por la derecha.
Brady osciló nuevamente y
Peter lo eludió y quedó de lado.
— ¿Qué demonios? ¡Esto no
es un combate de boxeo, Peter! —Gritó Adam.
Peter aterrizó un
puñetazo en la nariz de Brady. El volumen en el sótano era ensordecedor. Peter
hundió un gancho izquierdo en la mandíbula de Brady, y mis manos volaron sobre
mi boca cuando Brady intentó unos golpes más, cada uno encontró sólo el aire.
Brady cayó contra su séquito cuando Peter le dio un codazo en la cara. Justo
cuando pensaba que casi terminaba, Brady volvió a balancearse nuevamente. Golpe
tras golpe, Brady no parecía poder mantenerse. Ambos hombres estaban cubiertos
de sudor, y jadeé cuando Brady falló otro puñetazo, golpeado su mano en un
pilar de cemento. Cuando él se dobló, sosténiendo su puño por debajo de él, Peter
lo acabó.
Fue implacable, primero
le dio con su rodilla en cara a Brady y luego lo golpeó repetidamente hasta que
Brady tropezó y chocó con el suelo. El nivel del ruido creció cuando Adam dejó
mi lado para tirar el cuadro rojo en el rostro ensangrentado de Brady.
Peter desapareció detrás
de sus fans y yo presioné mi espalda contra la pared, buscando el camino a la
puerta por la que entramos. Cuando alcancé la luz de la linterna fue un alivio
enorme. Me preocupaba ser derribada y pisoteada.
Mis ojos se quedaron enfocados
en puerta, atenta a cualquier señal que la multitud comenzara a desparramarse
en la pequeña habitación. Después de varios minutos, y ninguna señal de Peter,
me preparé para regresar sobre mis pasos hasta la ventana. Con el número de
personas tratando de salir a la vez, no estaba segura vagando por ahí.
Justo cuando comencé a
caminar en la oscuridad, unos pasos crujieron contra el hormigón suelto en el
suelo. Peter me buscaba en un ataque de pánico.
— ¡Pigeon!
— ¡Estoy aquí! —Lo llamé,
corriendo a sus brazos.
Peter me volteó a ver y
frunció el ceño. — ¡Casi me matas del susto! Por poco y tuve que comenzar otra
pelea para conseguir llegar a ti... ¡Finalmente llego ahí y te has ido!
—Me alegro de que estás
de vuelta. No deseaba perder mi camino en la oscuridad.
Toda preocupación dejó su
rostro, y sonrió ampliamente. —Creo que has perdido la apuesta.
Adam llegó, me miró y,
luego miró encolerizada a Peter. —Tenemos que hablar.
Peter me guiñó un ojo.
—Quédate aquí. Ya regreso.
Desaparecieron en la
oscuridad. Adam alzó su voz un par de veces, pero no podía entender lo que
estaba diciendo. Peter volvió, metiendo un fajo de billetes en su bolsillo, y
luego me ofreció una media sonrisa. —Vas a necesitar más ropa.
— ¿En serio vas a hacer
que me quedé contigo durante un mes?
— ¿Habrías hecho que yo
no tuviera sexo durante un mes?
Me reí, sabiendo que lo
haría. —Mejor detengámonos en Morgan.
Peter dijo radiante:
—Esto será interesante.
Cuando Adam pasó
caminando, estampó mis ganancias en mi palma, retirándose hacia la turba que se
estaba dispersando.
Peter levantó una ceja. —
¿Apostaste?
Sonreí y me encogí de
hombros. —Pensé que debería tener la experiencia completa.
Me llevó a la ventana y
luego trepó fuera, dándose la vuelta para ayudarme a subir y salir al aire
fresco de la noche. Los grillos se escuchaban en las sombras, deteniéndose,
sólo lo suficiente, para permitir que pasáramos. La hierba, que había forrado la
acera, se entrelazaba en la suave brisa, recordándome el sonido que el océano
hace cuando no estaba lo suficientemente cerca como para escuchar las olas
romper. No hacía demasiado calor o demasiado frío; era una noche perfecta.
— ¿Por qué razón quieres
me quede contigo, de todos modos? —Le pregunté.
Peter se encogió de
hombros, metiendo las manos en sus bolsillos. —No sé. Todo es mejor cuando
estás cerca.
La agradable calidez que
sentí por sus palabras rápidamente se desvaneció con la visión de rojo, manchas
ensuciaban su camiseta. —Ew. Estás cubierto de sangre.
Peter miró con
indiferencia, y luego abrió la puerta, haciéndome señas para que entrara. Pasé
con rapidez junto a María, que estudiaba en su cama, encerrada entre los libros
de texto que la rodeaban.
—Las calderas fueron
arregladas esta mañana. —dijo.
—Eso escuché. —dije
buscando en mi armario.
—Hola. —Peter le dijo a María.
El rostro de María se
retorció, mientras analizaba la figura ensangrentada y sudorosa de Peter.
—Peter, esta es mi
compañera de habitación, María del Cerro. María, Peter Lanzani.
—Encantada de conocerte.
—dijo María, empujando sus gafas hasta el puente de su nariz. Ella observó mis
abultadas maletas.
— ¿Te vas a mudar?
—Nop. Perdí una apuesta.
Peter irrumpió en
carcajadas, agarrando mis maletas. — ¿Lista?
—Sí. ¿Cómo voy a
conseguir llevar todo esto a tu apartamento? Vinimos en tu moto.
Peter sonrió y sacó su
teléfono celular. Llevó mis maletas a la calle, y minutos más tarde, el Charger
clásico negro de Nicolás se detuvo.
La ventana del lado del
pasajero bajó y Eugenia asomó su cabeza. — ¡Hola, Pollita!
—Hey, tú. Las calderas
funcionan de nuevo en Morgan, ¿Aún te quedaras con Nico?
Ella guiñó un ojo. —Sí,
pensé en quedarme esta noche. Escuché que perdiste una apuesta.
Antes de que pudiera
hablar, Peter cerró la camioneta y Nico arrancó, con Eugenia chillando cuando
cayó hacia atrás en el asiento.
Caminamos hacia su
Harley, y cuando envolví mis brazos alrededor de él, él descansó su mano en la
mía.
—Me alegro de que
estuvieras allí esta noche, Pidge. Nunca me he divertido tanto en una pelea en
mi vida.
Recargué mi barbilla
sobre su hombro y sonreí. —Eso fue porque estabas tratando de ganar nuestra
apuesta.
Él giró su cuello para
que su cara quedara frente a la mía. —Maldita sea que si no lo estaba.
No había ninguna
diversión en sus ojos, estaba serio, y él quería que yo lo viera.
Mis cejas que se alzaron.
— ¿Esa es la razón por la que estabas de mal humor hoy? ¿Por qué sabías habían
arreglado las calderas, y yo me iría esta noche?
Peter no respondió; sólo
sonrió mientras arrancaba su motocicleta. El viaje al apartamento fue inusitadamente
lento. En cada semáforo, Peter cubriría bien mis manos con las suyas o
descansaba su mano en mi rodilla. Las líneas se estaban difuminándose
nuevamente, y me pregunté cómo sería pasar un mes juntos y no arruinarlo todo.
Los cabos sueltos de nuestra amistad se enredaban de una manera que nunca
imaginé.
Cuando llegamos al
estacionamiento del apartamento, el Charger de Nicolás estaba en su lugar
habitual.
Di dos pasos hacia
delante. —Siempre odio cuando ellos han estado en casa durante un rato. Siento
como si fuéramos a interrumpirlos.
—Acostumbrarte. Este será
tu lugar por las próximas cuatro semanas —Peter sonrió y me dio la espalda—.
Súbete.
— ¿Qué? —Sonreí.
—Vamos, te cargaré.
Reí y subí a su espalda,
entrelazado mis dedos en su pecho cuando él corrió por las escaleras. Eugenia
abrió la puerta antes de que lográramos llegar a la parte superior y sonrió.
—Mírense ustedes dos. Si
yo no los conociera mejor…
—Olvídalo, Euge. —dijo Nicolás
desde el sofá.
Eugenia sonrió como si
ella hubiera dicho demasiado, y luego abrió aún más la puerta, para que
pudiéramos pasar. Peter se desplomó contra el sillón reclinable. Grité cuando
se recostó sobre mí.
—Estás terriblemente
alegre esta noche, Pit. ¿Qué lo ocasiona? —Eugenia apremió.
Me incliné para ver su
rostro. Nunca lo había visto tan contento.
—Acabo de ganar una gran
cantidad de dinero, Euge. Dos veces lo que pensé que ganaría. ¿Por qué no
estaría feliz?
Eugenia sonrió. —No, es
algo más. —dijo, viendo como la mano de Peter acariciaba mi pierna. Ella tenía
razón; él estaba diferente. Había un aire de paz a su alrededor, casi como si
algún tipo de nueva alegría se hubiera establecido en su alma.
—Euge. —advirtió Nicolás.
—Bien, hablaré acerca de
algo más. ¿No te invitó Pablo a la fiesta de Sig Tau este fin de semana, Lali?
La sonrisa de Peter
desapareció y se giró hacia mí, esperando una respuesta.
— ¿Er…si? ¿No vamos a ir
todos?
—Allí estaré. —dijo
Nicolás, distraído por la televisión.
—Y eso significa que yo
voy. —sonrió Eugenia, mirando expectante a Peter.
Peter me miró por un
momento y luego dio un codazo a mi pierna. — ¿Él va a pasar a recogerte o algo?
—No, sólo me dijo sobre
la fiesta.
La boca de Eugenia se
extendió en una sonrisa maliciosa, casi meciéndose en anticipación. —Aunque
dijo que él podría verte allí. Es muy lindo.
Peter le lanzó una mirada
irritada a Eugenia y luego me miró. — ¿Irás?
—Le dije que lo haría.
—Me encogí de hombros—. ¿Tú?
—Sí. —dijo sin vacilar.
La atención de Nicolás se
dirigió a Peter entonces. —La semana pasada dijiste que no irías.
—Cambié de parecer, Nico,
¿Cuál es el problema?
—Nada. —murmuró,
retirándose a su dormitorio.
Eugenia frunció su ceño
hacia Peter. —Tú sabes cuál es el problema —dijo—. ¿Por qué no dejas de
volverlo loco y sólo acabas con eso? —Se unió a Nicolás en su habitación y sus
voces fueron reducidas a murmullos detrás de la puerta cerrada.
—Bueno, me alegro de que
todos los demás lo sepan. —dije.
Peter se levantó. —Voy a
tomar una ducha rápida.
— ¿Sucede algo con ellos?
—Le pregunté.
—No, él sólo está
paranoico.
—Es debido a nosotros.
—adiviné. Los ojos de Peter se iluminaron y asintió.
— ¿Qué? —Pregunté,
viéndolo sospechosamente.
—Tienes razón. Es por
nosotros. No te duermas, ¿Está bien? Quiero hablarte acerca de algo.
Caminó hacia atrás unos
pasos y desapareció detrás de la puerta del baño. Retorcí mi pelo en mi dedo,
dándole vueltas a la manera en que enfatizó la palabra nosotros y la
mirada en su rostro cuando la había dicho. Me preguntaba si de hecho se había
equivocado, y si finalmente yo era la única que consideraba que Peter y yo sólo
éramos amigos.
Nicolás salió
abruptamente de su habitación, y Eugenia corrió tras él. — ¡Nico, no lo hagas!
—Le rogó.
Él miró atrás, a la
puerta del baño, y luego a mí.
El volumen de su voz era
bajo, pero enojado. —Lo prometiste, Lali. Cuando te dije que tuvieras juicio.
¡No me refería a que ustedes dos se involucraran! ¡Pensé que sólo eran amigos!
—Lo somos. —dije,
aturdida por su ataque sorpresa.
—No. ¡No lo son! —dijo
furioso.
Eugenia tocó su hombro.
—Bebé, te dije que estará bien.
Retiró su agarre. — ¿Por
qué presionas esto, Euge? ¡Te dije lo que va a suceder!
Ella agarró su rostro con
ambas manos. — ¡Y yo te dije que no lo haré! ¿No confías en mí?
Nicolás suspiró,
mirándola a ella, a mí, y luego se fue pisando fuerte a su habitación.
Eugenia de dejó caer en
el sillón reclinable junto a mí y bufó. —Simplemente no puedo conseguir meterle
en la cabeza que si Peter y tú funcionan o no lo hacen, no nos afecta. Pero él
no me cree.
— ¿De qué estás hablando,
Euge? Peter y yo no estamos juntos. Sólo somos amigos. Lo escuchaste temprano…
él no está interesado en mí de esa manera.
— ¿Escuchaste eso?
—Bueno, sí.
— ¿Y lo crees?
Yo me encogí de hombros.
—No importa. Nunca podrá ocurrir. Me dijo que él no me ve así, le tiene fobia
al compromiso, sería difícil para mí encontrar una chica aparte de ti con la
que él no ha dormido, y no puedo aguantar sus cambios de humor. No puedo creer Nico
piense lo contrario.
—Porque no sólo él conoce
a Peter… él ha hablado con Peter, Lali.
— ¿Qué quieres decir?
— ¿Euge? —Nicolás la
llamó desde el dormitorio.
Eugeniaa suspiró. —Eres
mi mejor amiga. Creo que te conozco mejor de lo que tú te conoces a veces. Los
veo juntos, y la única diferencia entre Nico y yo, y Peter y tú, es que
nosotros tenemos sexo. ¿Aparte de eso? No hay diferencia.
—Hay una enorme diferencia.
¿Nico trae diferentes chicas a la casa cada noche? ¿Vas a ir a la fiesta mañana
para salir con un chico con claras citas potenciales? Sabes que no me puedo
involucrar con Peter, Euge. Ni siquiera sé por qué lo estamos discutiendo.
La expresión de Eugenia
se convirtió en decepción. —No estoy viendo cosas, Lali. Has pasado casi cada
momento con él durante el último mes. Admítelo, tienes sentimientos por él.
—Supéralo, Euge. —dijo Peter,
apretando su toalla alrededor de su cintura.
Eugenia y yo saltamos al
sonido de la voz de Peter, y cuando mis ojos encontraron los suyos, pude ver
que la felicidad se había ido. Caminó por el pasillo sin decir otra palabra, y Eugenia
me miró con una expresión triste.
—Creo que estás
cometiendo un error. —susurró—. No necesitas ir a esa fiesta para encontrar un
chico, tienes uno que está loco por ti aquí. —dijo, dejándome sola.
Me mecí en el sillón
reclinable, todo lo que había sucedido en la semana pasada se reprodujo en mi
mente. Nicolás estaba enfadado conmigo, Eugenia estaba decepcionada en mí, y Peter…
había pasado de ser la persona más feliz que nunca había visto, a estar tan
ofendido que no hablaba. Estaba demasiado nerviosa para subirme a la cama con
él, estuve mirando el reloj cambiar minuto a minuto.
Había pasado una hora
cuando Peter salió de su habitación y se dirigió al final del pasillo. Cuando
rodeó la esquina, esperaba que él me pidiera que fuera a la cama, pero él iba
vestido y tenía las llaves de su motocicleta en su mano. Sus gafas de sol
escondían sus ojos, y puso un cigarrillo en su boca antes de agarrar el pomo de
la puerta.
— ¿Saldrás? —Le pregunté,
sentada—. ¿A dónde vas?
—Fuera. —dijo, abriendo
la puerta, y luego azotándola detrás de él.
Me volví a recostar en el
sillón y lancé un resoplido. De alguna manera me había convertido en el villano
y no tenía ni idea de cómo había logrado llegar aquí.
Cuando el reloj sobre la
televisión señaló las dos de la mañana, finalmente renuncie y fui a la cama. El
colchón era solitario sin él, y la idea de llamar a su celular se mantuvo
arrastrándose por mi mente. Casi me había quedado dormida cuando la motocicleta
de Peter entró en el estacionamiento. Dos puertas de automóviles se cerraron
poco después, y luego varios pares de pasos subieron las escaleras. Peter luchó
con la cerradura, y luego abrió la puerta. Él se rió y dijo algo entre dientes
y entonces escuché voces femeninas, no una, sino dos. Sus risas fueron
interrumpidas por el sonido distintivo de besos y gemidos. Mi corazón se
hundió, e instantáneamente estuve enfadada por sentirme de esa manera. Mis ojos
se cerraron cuando una de las chicas chilló y entonces estuve segura de que el
sonido siguiente fue el de ellos tres desplomándose en el sofá.
Consideré pedirle a Eugenia
sus llaves, pero la puerta de Nicolás estaba directamente a la vista del sofá,
y mi estómago no era lo suficientemente fuerte para ser testigo de la imagen
que venía junto con los ruidos en la sala de estar. Enteré mi cabeza bajo la
almohada y luego cerré mis ojos cuando se abrió la puerta. Peter caminó a
través de la habitación, abrió el cajón superior mesilla de noche, tomó unos
condones, y luego, cerró el cajón y corrió por el pasillo. Las chicas se rieron
por lo que pareció ser una media hora, y luego todo estuvo silencioso.
Segundos más tarde,
gemidos y gritos llenaron el apartamento. Sonaba como si una película
pornográfica estuviera siendo filmada en la sala de estar. Cubrí mi rostro con
mis manos y sacudí la cabeza. Donde fuera que estuvieran las líneas que habían
estado borrosas o desapareciendo en la última semana, habían surgido un
impenetrable muro de piedra en su lugar. Sacudí mis ridículas emociones,
obligándome a relajarme. Peter era Peter, y éramos, sin duda, amigos, y sólo
amigos.
El griterío, y otros
ruidos nauseabundos se acabaron después de una hora, seguidos de quejas y
murmuraciones por parte de las mujeres, después de ser despedidas. Peter se dio
una ducha y luego se desplomó en su lado de la cama, dándome la espalda.
Incluso después de su ducha, olía como si hubiera bebió suficiente whisky para
sedar a caballo, y yo estaba lívida de saber que él había manejado su
motocicleta a casa en ese estado.
Después de que
desapareció la incomodidad, y la ira se debilitó, aún no podía dormir. Incluso
cuando las respiraciones Peter fueron profundas, me senté a mirar el reloj. El
sol iba a salir en menos de una hora. Retiré las cobijas de mí, caminé por el
pasillo y tomé una manta del gabinete de la sala. La única prueba del trío de Peter
eran dos paquetes de preservativos vacíos en el suelo. Pasé sobre ellos y me
dejé caer sobre el reclinable. Cerré mis ojos.
Cuando los volví a abrir,
Eugenia y Nicolás estaban sentados tranquilamente en el sofá mirando una muda
televisión. El sol había iluminado el apartamento y me estremecí cuando mi
espalda se quejó por cualquier intento de movimiento.
La atención de Eugenia
fue rápidamente a mí. — ¿Lali? —dijo, corriendo a mi lado. Me miró con ojos
cautelosos. Ella estaba esperando enojo, o lágrimas o algún otro arrebato de
carga emocional.
Nicolás lucía miserable.
—Lamento lo de anoche, Lali. Esto es mi culpa.
Sonreí. —Está bien, Nico.
No tienes que pedir disculpas.
Eugenia y Nicolás
compartieron una mirada y luego ella agarró mi mano. —Peter fue a la tienda. Él
está…ugh, no importa como está. Empaqué tus cosas y te llevaré a los
dormitorios antes de que él esté en casa, así no tendrás que lidiar con él.
No fue hasta ese momento
que me dieron ganas de llorar; Estaba sido echada. Luché para mantener mi voz
suave antes de hablar. — ¿Tengo tiempo para tomar una ducha?
Eugenia sacudió su
cabeza. —Sólo vámonos, Lali, no quiero que tengas que verlo. Él no merece que…
La puerta se abrió de
golpe, y Peter entró caminando, con los brazos llenos de bolsas de comestibles.
Caminó directamente a la cocina, trabajando frenéticamente para meter las latas
y cajas en los gabinetes.
—Cuando Pidge se
despierte, hágamelo saber, ¿Vale? —dijo, en una voz suave—. Traje espagueti,
mezcla para panqueques, y fresas, y esa avena de mierda con los paquetes de
chocolate, y a ella le gusta el cereal de Fruity Pebbles, ¿Verdad, Euge?
—Preguntó, dándose la vuelta.
Cuando me vio, se
congeló. Después de una pausa incómoda, su expresión se derritió y su voz era
suave y dulce. —Hola, Pigeon.
Yo no podía haber estado
más confundida si hubiera despertado en un país extranjero. Nada tenía sentido.
Al principio pensé que había sido botada y Peter llega con bolsas llenas de mi
comida favorita.
Dio unos pasos hacia la
sala, metiendo nerviosamente sus manos en los bolsillos. — ¿Tienes hambre,
Pidge? Voy a hacerte algunos panqueques. O hay uh… hay avena. Y he conseguido
alguna de esa mierda espumosa rosa con la que las chicas se afeitan y una secadora
de pelo y… a…. un momento, está aquí. —dijo, corriendo a la habitación.
La puerta se abrió y se
cerró, y luego dio vuelta a la esquina, el color había abandonado su rostro.
Tomó una respiración profunda y juntó sus cejas. —Tus cosas están empacadas.
—Lo sé. —dije.
—Te vas. —dijo,
derrotado.
Miré a Eugenia, quien
miraba a Peter con ira, como si ella quisiera matarlo. — ¿Realmente esperabas
que ella permaneciera aquí?
—Bebé —susurró Nicolás.
—No me provoques, Nico.
No te atrevas a defenderlo de mí. —Eugenia explotó.
Peter parecía
desesperado. —Lo siento tanto, Pidge. Ni siquiera sé qué decir.
—Vamos, Lali. —dijo Eugenia.
Se levantó y tiró de mi brazo.
Peter dio un paso, pero Eugenia
lo apuntó con su dedo. — ¡Dios, ayúdame, Peter! ¡Si intentas detenerla, te
empaparé en gasolina y prenderé fuego mientras duermes!
—Eugenia. —dijo Nicolás,
sonado un poco desesperado. Pude ver que él estaba dividido entre su primo y la
mujer que amaba, y me sentí terrible por él. La situación era exactamente como
la que él había estado tratando de evitar todo el tiempo.
—Estoy bien.
—dije, exasperada por la tensión en la sala.
— ¿A qué te refieres con
que estás bien? —preguntó Nicolás, casi esperanzado.
Rodé mis ojos. —Peter
trajo mujeres a casa del bar anoche, ¿Y qué?
Eugenia parecía
preocupada. —Uh, Lali. ¿Estás diciendo que estás bien con lo que pasó?
Los miré a todos. —Peter
puede traer a casa a quien quiera. Es su apartamento.
Eugenia me miró como si
hubiera perdido la cabeza, Nicolás estaba al borde de una sonrisa y Peter
parecía peor que antes.
— ¿Tú no empacaste sus
cosas? —preguntó Peter.
Sacudí la cabeza y miré
el reloj; pasaban de las dos de la tarde. —No, y ahora voy a tener que
desempacar todo. Todavía tengo que comer, ducharme y vestirme… —dije, caminando
hacia el baño. Una vez que cerré la puerta detrás de mí me recosté contra ella
y me se deslicé hasta el suelo. Estaba segura de que había hecho enojar a Eugenia
más allá de poder reconciliarnos, pero le hice una promesa a Nicolás y tenía la
intención de mantener mi palabra.
Un suave golpe en la
puerta se escuchó encima de mí. — ¿Pidge? —dijo Peter.
— ¿Sí? —dije, tratando de
sonar normal.
— ¿Te vas a quedar?
—Puedo irme si quieres
que lo haga, pero una apuesta es una apuesta.
La puerta vibraba a causa
de los suaves golpes que Peter le daba con su frente. —No quiero que te vayas,
pero no te culparía si lo hicieras.
— ¿Estás diciendo que
estoy liberada de la apuesta?
Hubo una larga pausa. —Si
digo que sí, ¿Te irás?
—Bueno, sí. Yo no vivo
aquí, tonto —dije, forzando una pequeña risa.
—Entonces no, la apuesta
sigue en pie.
Miré hacia arriba y
sacudí la cabeza, sintiendo como las lágrimas hacían que me ardieran los ojos.
No tenía idea de por qué estaba llorando, pero no podía detenerlo.
— ¿Puedo tomar una ducha,
ahora?
—Sí… —Suspiró.
Escuché los zapatos de Eugenia
entrar en la sala y pasando fuerte junto a Peter. —Eres un bastardo egoísta.
—Gruñó, azotando la puerta de Nicolás tras de ella.
Me levanté del suelo,
abrí la llave de la regadera y luego me desnudé, tirando de la cortina detrás
de mí.
Después de otro golpe en
la puerta, Peter aclaró su garganta. — ¿Pigeon? Traje algunas de tus cosas.
—Sólo déjalas en el
lavamanos. Yo me encargo.
Peter entró y cerró la
puerta detrás de él. —Estaba enojado. Te escuché escupirle todo lo que está mal
conmigo a Eugenia y me enfureció. Sólo quería salir, y tomar unas copas, y
tratar de entender algunas cosas, pero antes que lo supiera, estaba borracho y
esas chicas… —Hizo una pausa—. Me desperté esta mañana y no estabas en la cama,
y cuando te encontré en el sillón reclinable y vi los paquetes en el piso, me
sentí enfermo.
—Simplemente podrías
haberme preguntado en lugar de gastar todo ese dinero en el supermercado para
sobornarme para quedarme.
—No me importa el dinero,
Pidge. Tenía miedo de que te fueras y nunca me hablaras de nuevo.
Me estremecí ante su
explicación. No me había detenido a pensar en cómo le haría sentir el oírme
hablar sobre lo mal que él estaba para mí, y ahora la situación estaba
demasiado desordenada para salvarla.
—No quise herir tus
sentimientos. —dije, parada bajo el agua.
—Sé que no lo hiciste. Y
sé que no importa lo que diga ahora, porque jodí todo… como siempre lo hago.
— ¿Pit?
—¿Sí?
—No conduzcas ebrio en tu
moto, ¿Está bien?
Esperé
durante un minuto completo, hasta que finalmente tomó una respiración profunda
y habló.
—Sí,
está bien. —dijo, cerrando la puerta detrás de él.
CONTIUARÁ...
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